6.5.14

6 de mayo, Festividad de Santo Domingo Savio


Santo Domingo Savio
Santo Adolescente, 9 de marzo

Martirologio Romano: En Mondonio, en el Piamonte, Santo Domingo Savio, que, dulce y jovial desde la infancia, todavía adolescente, consumó con paso ligero el camino de la perfección cristiana.

Etimología: Domingo: Aquel que es consagrado al Señor. Es de origen latino.

Fecha de canonización: 12 de junio de 1954 bajo el Pontificado de Pío XII.

Patrono de: Niños y Adolescentes, Niños Cantores, Estudiantes, Monaguillos y Mamás Embarazadas.

Breve biografía

Nace en Riva de Chieri, Italia, en la humilde casita de los esposos Carlos y Brígida, el 2 de abril de 1842. Al año siguiente, toda su familia se traslada a las colinas de Murialdo. Es un niño del pueblo, nacido en una familia profundamente cristiana y joven, pobre y repetidamente probada.

El 8 de abril de 1849 hace su Primera Comunión. Muy temprano, vestido de fiesta, Domingo se dirige a la Iglesia Parroquial de Castelnuovo. Es el primero en entrar al Templo y el último en salir. Aquel día fue siempre memorable para él. Arrodillado al pie del altar, con las manos juntas y con la mente y el corazón transportados al cielo, pronuncia los propósitos que venía preparando desde hacía tiempo: "Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849, a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
  1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita.
  2. Quiero santificar los días de fiesta.
  3. Mis amigos serán Jesús y María.
  4. Antes morir que pecar".
Estos recuerdos fueron la norma de todos sus actos hasta el fin de su vida.

El 2 de octubre de 1854 conoce a Don Bosco. Este santo sacerdote lo guiará por el camino de la santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y amigo. Lo lleva a estudiar a Turín. Tiene en ese momento doce años y medio. Allí pasa su adolescencia, viviendo como pupilo con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco recoge en su Oratorio.

El 1 de marzo de 1857 su delicada salud se agrava. El médico aconseja que vaya a su casa y allí se reponga. Al despedirse de Don Bosco y de sus compañeros les dice: "Nos veremos en el paraíso". Intuía que muy pronto iba a morir.

Efectivamente, el 9 de marzo, postrado en la cama, en un momento se incorpora y le dice a su padre que lo asiste: "Papá, ya es hora", y va repitiendo las oraciones de los moribundos que entre sollozos lee su padre. Luego parece adormecerse. Pasados algunos minutos, entreabre los ojos y con voz clara y sonriente exclama: "Adiós, querido papá, adiós. ¡Oh, qué hermosas cosas veo!". Y expira con las manos juntas sobre el pecho, tan dulcemente que su padre cree que se adormece de nuevo. Tenía 14 años y 11 meses.

A los dos años de su muerte, Don Bosco escribe un librito narrando la vida de éste su querido alumno. De los hechos allí narrados, son testigos todos sus compañeros. Pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo Savio, cosa que sí conoce Don Bosco, ya que lo atendía en el sacramento de la Confesión y en la dirección espiritual.

¡Adolescente santo, de sólo 15 años de edad! El primero que a tan corta edad, sin ser mártir, fue declarado santo por el Papa Pío XII el 12 de junio de 1954. En esa ocasión, el mismo Papa dijo: "Con admiración se descubren en él los maravillosos caminos de la gracia y una adhesión permanente y sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía con rara intensidad". Su antecesor, el Papa Pío XI, dijo de él: "Pequeño, mejor aún, gran gigante del espíritu".

¿Qué hizo de extraordinario este niño y adolescente para que la Iglesia lo eleve al honor de los altares y lo proponga como modelo de vida cristiana?

Veamos los rasgos de su santidad

Perfil de su niñez

Una vida en la presencia de Dios, a quien sentía vivo y presente en todo momento, como por ejemplo, cuando se levantaba de la mesa sin querer comer porque algún invitado se sentaba y empezaba a hacerlo sin rezar antes. Los domingos era el primero en llegar a la Iglesia, y si la encontraba cerrada, se arrodillaba junto a la puerta para rezar, hiciera buen tiempo o estuviera nevando. Su mayor alegría era poder ser monaguillo en la Santa Misa. Su compostura durante la oración fue objeto de admiración: manos juntas, ojos fijos en el Sagrario, absorto en la presencia de Jesús. Al recorrer solo y a pie, entre matorrales, los 18 kilómetros para ir diariamente a la escuela, uno de sus tíos, un día, le preguntó: ¿No tienes miedo de ir solo? La respuesta de Domingo, de 10 años, no se hizo esperar: "Yo no estoy solo: me acompaña el Ángel de la Guarda".

El amor personal a Cristo y a su Madre. Esta vida en la presencia de Dios fue puesta en evidencia desde su temprana Primera Comunión, con aquel propósito que fue la clave de otros tres: "Mis amigos serán Jesús y María". Los otros tres los hizo como medios para mantener y acrecentar dicha amistad y fueron el leit-motiv en sus momentos más importantes. Las lágrimas que virtió tienen su fuente en este precoz concepto del pecado. Así, por ejemplo, pidió perdón a su madre en vísperas de su Primera Comunión. Pidió perdón cuando creyó haber herido su amistad con Cristo por haber cedido ante la invitación de algunos compañeros a darse un baño en un arroyo, motivo por el que lloró repetidamente, y no cedió nunca más a otras invitaciones, como cuando lo invitaron a "hacerse la rabona" y no concurrir a la escuela. Por eso decidió elegir a amigos que no le impidieran mantener su amistad con Jesús y con la Virgen María.

El cumplimiento heroico del humilde deber cotidiano. A sus padres no les daba sino "satisfacciones". Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo. Domingo era un chico de recia voluntad, sostenida por la gracia de la amistad con Jesús y María. Don Bosco escribió: "Domingo no se ha hecho notorio en los primeros tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su perfecta docilidad y de una exacta observancia de las reglas de la casa... Y una exactitud en el cumplimiento de sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar". A este respecto, cierta vez sus compañeros pupilos notaron que Domingo faltaba en el almuerzo: lo buscaron en vano. Se lo dijeron a Don Bosco y él fue a la Iglesia donde por la mañana había participado en la Misa y había comulgado. Allí lo encontró junto al altar, inmóvil, con los ojos fijos en el Sagrario desde hacía 7 horas. Lo llamó por su nombre, y nada, tuvo que tocarlo en el hombro para que se diera cuenta. Y al enterarse de que ya estaban almorzando, pidió humildemente perdón a Don Bosco por la transgresión a las reglas de la casa.

Con sus compañeros sobresalía en dos actitudes: rechazaba aprobarlos y seguirlos en sus comportamientos reprensibles. Pero por otro lado irradiaba simpatía y "es la delicia de ellos", a tal punto que aceptaba, en lugar de quienes lo habían acusado falsamente, un humillante castigo. Es decir: tenía firmeza unida a dulzura.

Perfil de su adolescencia

La edad de la adolescencia se caracteriza por la inestabilidad, que Domingo supo domarla a fuerza de dominio de sí mismo y de docilidad a las directivas de Don Bosco, y más que nada con su habitual recogimiento en Dios. Y las otras características propias de esta edad también las puso al servicio de su santidad de adolescente: afirmación de sí mismo, llamado a grandes horizontes, fervor de sentimiento. Esto se hizo evidente en el exaltante descubrimiento y en el apasionado deseo de la santidad ("¡Yo quiero hacerme santo!"), en su viva ternura demostrada para con la Virgen María, como también con sus amigos más íntimos, en su voluntad de acción, de dominio, de construcción de alguna "obra" (fundó la Compañía de La Inmaculada: grupo de compañeros buenos que se comprometieron a ayudarse mutuamente y a ayudar a Don Bosco en la educación de los chicos del Oratorio, que los había artesanos rústicos y jóvenes burgueses y aristocráticos, chicos que se peleaban a pedradas, que faltaban a clase, que tenían costumbres de blasfemar, que con placer se entretenían con revistas pornográficas, que no se hacían problemas de tomar a golpes de puño y puntapiés a los otros, que se enfurecían por nada). En medio de éstos, fue como Domingo vivió y construyó su santidad: con cuatro viajes diarios por las calles de Turín para ir a la escuela con un reglamento y un horario de internado cristiano. En resumen, se hallaba inmerso en nuestro mundo moderno (aunque no había todavía bicicletas ni televisores), metido en todo aquello que aún hoy es la sustancia de la vida de un estudiante de 15 años.

Aparecieron turbaciones y arranques bruscos, como el endurecimiento para consigo que siguió al descubrimiento de que la santidad era posible, las dudas de conciencia que lo llevaron a querer confesarse cada tres o cuatro días, el ansia de penitencias extraordinarias ("¡para unirme –decía- a los sufrimientos de Jesús en la cruz!"). También apareció lo trágico de algunas circunstancias: el desgarrón hiriente de sus truncadas amistades, la alarma por su endeble salud, la dolorosa partida del Oratorio... Todo esto hizo de Domingo un verdadero y simpático adolescente. Un santo "joven estudiante".

La presencia de un guía. La adolescencia es una etapa de conquista de la personalidad, a la vez que de gran necesidad de guía y formación individual. Domingo tuvo la suerte de encontrar un guía espiritual en Don Bosco y de saber aprovecharlo. Y así se encontraron la generosidad de un adolescente con la luz de un verdadero sacerdote amigo del alma. Cuando llegó al Oratorio, leyó el cartel puesto sobre la puerta del cuarto de Don Bosco: "¡Denme almas y llévense lo demás!". Y con espontaneidad le dijo: "Don Bosco, aquí se trata de un negocio: la salvación de las almas. Pues bien, yo seré la tela y usted será el sastre. Haga de mí un hermoso traje para el Señor". A esta docilidad en dejarse guiar, atribuyó Don Bosco la orientación de Domingo hacia su santidad de estudiante. En este contexto apareció la función decisiva de la confesión frecuente. Así va descubriendo el misterio de la redención: Jesús es comprendido como el Salvador; María como La Inmaculada y La Dolorosa. Su alma y la de sus compañeros debían ser salvadas…a través del misterio de la cruz.

Su devoción a la Virgen María. La estadía con Don Bosco coincidió con el acontecimiento mundial de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción. Como santo "adolescente", Domingo fue el fruto de aquel 8 de diciembre de 1854. En ese día hizo una confesión general, y delante del altar de la Inmaculada se consagró personalmente a Ella. De ahí en adelante vio a María con su rostro de "Inmaculada" y su propósito de la Primera Comunión adquirió una nueva dimensión: "El pecado al que preferirá la muerte, es ahora, de manera más precisa, la impureza". Los esfuerzos heroicos de adolescente para conservar intacta su pureza, especialmente con el control de los ojos, se debieron a su gran devoción hacia La Inmaculada vivida con espíritu caballeresco y con ardiente ternura. Había días que terminaba con dolor de cabeza por el esfuerzo de controlar la curiosidad y no mirar cosas que perturbaban su alma limpia y ponían en peligro su amistad con Jesús y María, exponiéndolo a dejarse llevar por pensamientos y deseos impuros, tan comunes en esa edad.

También contemplaba a la Virgen con su rostro de Dolorosa: todos los miércoles hacía la comunión en su honor y por la conversión de los pecadores. Cada viernes se hacía acompañar por algunos compañeros para rezar en la capilla la Corona de los Siete Dolores y más de una vez fue visto en extática oración ante el altarcito de su dormitorio, donde campeaba una Imagen de la Dolorosa. Cada sábado hubiera querido ayunar a pan y agua por Ella. Don Bosco no le permitió esto último.

Esta doble devoción fue la inspiradora de su apostolado, especialmente en la Compañía de la Inmaculada, que exige de sus miembros una verdadera consagración de sí mismos a María.

Algunos años después de su muerte, se apareció a Don Bosco en uno de sus famosos sueños. Éste le preguntó: "Domingo, ¿qué es lo que más te consoló en el momento de tu muerte?". Y la respuesta de Domingo: "La asistencia de la poderosa y amable Madre del Salvador".

Su amor a Jesús. La Misa y la comunión cotidiana -cuyos efectos se prolongaron a través de frecuentes visitas a la capilla que se encontraba junto al patio de juegos-, enseñaron a Domingo a considerarlo como Salvador de su alma y de la de sus compañeros. Su odio por el pecado creció a medida que comprendió el precio que por él pagó Cristo y su Madre. Su espíritu de penitencia lo llevó a sufrir para asemejarse a Jesús, por ejemplo cuando fue calumniado, cuando se cubrió con una sola frazada en pleno invierno o puso piedritas entre las sábanas (al enterarse Don Bosco le prohibió esta penitencia), cuando transformó sus sabañones en llagas, cuando se le suministraron medicinas amargas... Su celo apostólico se vio alimentado en la misma fuente: quiso impedir o reparar el pecado porque arruina el fruto de la sangre de Cristo, y quiso hacer el bien a sus compañeros para asegurar el fruto de esta sangre divina. Éste es el sentido de varias de sus intervenciones, como la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros, interponiéndose entre ellos con un crucifijo en la mano y pidiendo que arrojaran la primera piedra contra él; el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo... (Su preocupación era atender de modo particular a los compañeros díscolos, a los recién llegados al Oratorio y a los solitarios, a los compañeros de clase con dificultades y a los enfermos).

Obsesión por la santidad en la alegría. A partir de una predicación de Don Bosco sobre la santidad, se desató en su alma una verdadera efervescencia. Realizó un gran descubrimiento: ¡Dios le quiso santo! Y dio su explicación: "Yo quiero entregarme todo al Señor. Yo debo y quiero pertenecer todo al Señor". Por un momento, Domingo pensó imitar a los santos en sus prácticas de penitencia y en unas prolongadas y extraordinarias prácticas de piedad. Pero aquí intervino su guía espiritual Don Bosco: "Domingo, lo que Dios quiere de tí, como adolescente, es que cumplas siempre bien tus deberes de estudiante, trates de hacer el bien a tus compañeros y estés siempre alegre". Y cosa maravillosa: este nuevo impulso de querer ser santo y de que es posible lograrlo, le proporcionó una profunda alegría, y de tal modo suscitó la alegría, que viene a definir esta santidad tan salesiana y juvenil: "Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres, haciendo bien las cosas que tenemos que hacer, porque Jesús lo quiere".

¿Por qué este adolescente es Patrono de las mamás embarazadas?

Estando Domingo en el Oratorio de Turín, un día le pidió a Don Bosco que le dejara ir a ver a su madre porque estaba enferma. Don Bosco no supo explicarse, pues nadie se lo había dicho, ni él mismo lo sabía, pero ante la insistencia de Domingo se lo permitió. Al llegar cerca de la casa, los familiares le quisieron impedir que entrara a ver a su madre, ya que estaba luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corría grave peligro de morir en el intento. Domingo no hizo caso y entró, arrojándose sobre su madre, abrazándola, besándola, y dejando disimuladamente sobre su pecho un escapulario de la Virgen María. Después, regresó al Oratorio y se presentó a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que su madre estaba perfectamente bien. Efectivamente, la madre pudo dar a luz sin ningún problema a su hijo. Todos vieron que esto fue un milagro. La mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo. Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

El 9 de marzo se recuerda el nacimiento al cielo de Santo Domingo Savio, siendo hoy, el 6 de mayo, la fecha fijada para la celebración litúrgica de su fiesta.

Además de la vida de Domingo Savio escrita por Don Bosco, hay abundante bibliografía y estudios sobre este adolescente santo. Hay libritos escritos para niños, adolescentes, educadores. En definitiva, para todos. Los que no lo conocen se van a sorprender de su santidad extraordinaria viviendo lo ordinario de su vida de estudiante cristiano.

ORACIÓN DE LA MADRE EN LA ESPERA DE UN HIJO

Señor Jesús, por intercesión de Santo Domingo Savio,
te ruego con amor por esta dulce esperanza que llevo en mi seno.

Me has concedido el inmenso don de esta pequeña vida que alienta en la mía;
te doy humildemente gracias por haberme escogido como instrumento de tu amor.
En esta dulce espera, ayúdame a vivir en continuo abandono a tu divina voluntad.

Concédeme un corazón de madre, puro, fuerte y generoso.

Te ofrezco las preocupaciones del porvenir:
las ansias, los temores, los deseos en favor de la criatura que no conozco aún.
Haz que nazca sana en el cuerpo,
aparta de ella todo mal físico y todo peligro para el alma.

Tú, María, que gozaste las inefables alegrías de una maternidad santa,
dame un corazón capaz de transmitir una fe viva y ardiente.

Santifica mi espera,
bendice mi gozosa esperanza,
haz que el fruto de mi seno sea fecundo en virtud y santidad,
como le concediste al adolescente Santo Domingo Savio.

Amén


ORACIÓN A SANTO DOMINGO SAVIO

Santo Domingo Savio,
que en la escuela de Don Bosco
aprendiste a recorrer los caminos de la santidad juvenil:
enséñanos a imitar tu amor a Jesús y a María,
y tu ansia de llevar a tus compañeros a ser sus amigos,
alcánzanos del Señor que,
practicando tu lema:
“Antes morir que pecar”,
podamos conseguir nuestra salvación eterna.

Amén.

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