Se comenzaron las gestiones en Lima el 29 de julio de 1610, quince días después de su muerte. Posteriormente se fueron ampliando estas gestiones con las hechas en otras ciudades peruanas, en el Tucumán y en España. Los testigos pasaban de 500 en Lima. Las personas que trabajaban en el proceso, muchas. Fray Lope de Navia escribe al Vicario General de los Franciscanos y le dice que "son tantas las maravillas y tantos los milagros que va obrando el Señor cada día por medio de este bendito santo, que once notarios tengo ocupados en escribir y examinar testigos de estos casos sucedidos".
Todo lo actuado en el Perú se remitió a Roma y parecía ir todo viento en popa cuando subió al solio pontificio Urbano VIII. Este pontifice ordenó que hasta pasados 50 años de la muerte de los siervos de Dios no podía introducirse causa alguna de beatificación o canonización. Daba el Papa alguna posibilidad de excepciones, pero la ley era clara y todos la entendieron. Se levantó un muro legal y se paró el proceso, aunque algunos comenzaron de inmediato a buscar la posibilidad de agarrarse a la excepción. Los promotores sabían que buscar la excepción suponía más gestiones, más gastos. También podía suponer un proceso más acelerado si no se esperaba el plazo legal.
Si se pretende que una persona llegue a los altares con méritos suficientes, parece normal que la Iglesia tome precauciones y no se deje llevar de los entusiasmos del primer momento. Hay que tamizar mucho y muchos deben ser los tamizadores: no se puede proceder sin madura reflexión y eso requiere tiempo. Hay que imprimir muchos papeles y en eso se va el dinero. En fin: que se fabrique el andamio y que el santo se encarame a los altares no será cosa que se vea ni se oiga en Roma. Hace años, muchos años, que no vale la aclamación popular para que cualquiera pueda ser canonizado. Los "abogados del diablo", la inteligencia de muchos hombres notables, el sentido común, se oponen a que sin causa suficiente se venere en los altares a quien verdaderamente no lo merece.
Habremos oído muchas veces que si un proceso cuenta tanto y cuanto y los comentarios escuchados no habrán sido positivos. Se suele usar de mucha ligereza cuando hay dinero de por medio y casi siempre solemos ver posibles ladrones a los que tienen que distribuir un dinero que les ha llegado por suscripción pública. Los que hablan, los que calumnian, son siempre los honrados, los incapaces de tocar un céntimo de lo que es de todos. Sin embargo, pueden permitirse el lujo de sospechar y más que sospechar, de afirmar que este es un ladrón, que el otro es un indelicado, que el de más allá se ha pringado las manos con los que no era suyo.
Para que veamos como iba el proceso de beatificación de San Solano se dan algunos detalles de los gastos que ocasionaba.
"El solo legado 1.328 tiene 2.114 hojas. Cada hoja se cobraba a razón de un real. Además, había que sacar cuatro traslados apógrafos: uno para el letrado y abogado de la causa, y los otros tres, para cada uno de los auditores de la Rota".
"La sola Congragación de Ritos tenía entonces de personal 16 cardenales, 14 teólogos y 36 oficiales. Para cada una de estas 66 personas había que sacar un sumario de molde, con las virtudes y milagros más probables, compendiado en 40 ó 50 hojas, que servían de título informativo. Cada uno será de valor de tres escudos". ¿Se pudo proceder en este tiempo y se puede proceder ahora de otro modo? Posiblemente, sí. Todo lo humano tiene posibilidad de cambio. Pero mientras no se cambien las cosas, nuestras críticas sin fundamento pueden valer muy poco.
¡Viva Solano que es el mejor de todos los montillanos!
La muerte de un Papa suele paralizar muchas cosas que vuelven a ponerse en marcha tan pronto como el sucesor es elegido y entra en funciones. Eso ocurrió con la muerte de Urbano VIII. Alejandro VII asume la jefatura de la Iglesia y el proceso sigue sin mayores tropiezos y sin lograr que el bienaventurado sea beatificado. Clemente X será el que en 1675 declare beato a San Solano y lo hará con el breve "Quemad modum coelestis Imperator" -así como el celestial Emperador del cielo", que esas son las primeras palabras del breve-.
Ya se ha conseguido algo que estaba en el deseo de todos. Faltaba todavía un poco más de trabajo y de constancia y se llegaría hasta la canonización. Para cosneguirla, nuevos procedimientos, nuevos gastos, nuevas angustias. Todo se dió por bien pagado y bien sufrido cuando Benedicto XIII, con la bula "Adfidelium Dei servorum gloriam" -a la gloria de los fieles siervos de Dios-, anunció la canonización del siervo bueno y fiel Francisco Solano.
Ese día era el 27 de diciembre de 1726, más allá de los 116 años de su muerte. Se había comenzado el proceso con una celeridad asombrosa y había caminado a paso lentísimo. Ocultos designios de Dios que sabe lo que conviene al hombre y a la Iglesia.
Esta Iglesia se alegra cuando unno de sus hijos alcanza una gloria semejante. Con todo, conviene que pensemos que la beatificación o la canonización no añaden a los santos una virtud más, un poco más de fidelidad a su vocación de hijos de la Iglesia, de hijos de Dios. Lo que cuenta en los santos, como contó San Francisco Solano fue su fidelidad al Señor y su amor a los hermanos.
Fray Álvaro Díaz, O.F.M.
Óleo sobre tabla de San Francisco Solano, 71 x 55,5 cm. 1938. Museo Garnelo de Montilla
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