24.6.16

Cultura incoa el procedimiento para la inscripción de un nuevo Bien de Interés Cultural


El pasado 21 de junio, la Directora General de Bienes Culturales y Museos firmó la resolución por la que se incoa el procedimiento para la inscripción en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, como Bien de Interés Cultural (BIC), con la tipología de lugar de interés etnológico, del inmueble denominado La Carbonería de Sevilla.


La Carbonería ha constituido a lo largo de cuatro décadas un espacio único, que ha propiciado la sociabilidad a partir de eventos culturales, organizados algunos y otros espontáneos, y que ha terminado por convertirse en un referente identitario para Sevilla. En el imaginario colectivo de la ciudad se ha producido una simbiosis entre la actividad y el inmueble, que es necesario proteger con su inscripción en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.

El edifico ocupa parte de la manzana en la que tradicionalmente se ha considerado que tuvo su residencia Samuel Ha-Leví, el tesorero de Pedro I de Castilla. La construcción que ha llegado a nuestras días tiene, sin embargo, su origen en una casa señorial del siglo XVIII. De acuerdo con las estructuras conservadas, probablemente la actual carbonería se correspondería con las dependencias auxiliares, de entrada de carruajes y cuadras, de aquel edificio primigenio.

El lugar debe su nombre a su uso como almacén y venta de carbón hasta el año 1974 del siglo XX. Desde 1976 se implanta en él la actividad social, hostelera y cultural, que motiva la incoación del expediente. Esta se desarrolla de forma conjunta en dos parcelas: una, la de calle Levíes 18, de 160 metros cuadrados, construida completamente; y la segunda, la de calle Céspedes 21 A, de 676 metros cuadrados, formada por un amplio espacio sólo parcialmente construido. La fachada de la construcción principal se abre a la calle Levíes, mientras que el patio se comunica con el exterior a través de la mencionada calle Céspedes.

La primera parcela tiene dos plantas y azotea. Su estructura está formada por dos crujías paralelas, que se conectan con la parcela de Céspedes. La fachada cuenta con dos puertas de acceso, una para subir a la vivienda que se encontraba en el primer piso, y otra, más amplia, para el negocio del carbón. La cubierta conserva el forjado original de vigas de madera con tablas.

El inmueble no ha sufrido transformaciones estructurales, ya que en los años 70, cuando se abrió al público, la intervención se limitó a la realización de labores de limpieza y a la adaptación a los nuevos usos dados al local. Posteriormente, en los años 90, sí se acometieron obras de adecentamiento y embellecimiento de la fachada, que no han afectado a los elementos tipológicos del edificio original.

La intensa actividad cultural de La Carbonería tiene sus antecedentes en la labor de dinamización que el grupo conocido como La Cuadra inició en la Sevilla de los años cincuenta del pasado siglo. Centrado fundamentalmente en el flamenco, pero también con una especial vinculación con el incipiente movimiento literario de "los narrandaluces", el grupo se instaló inicialmente en la calle Beatriz de Suabia del barrio de Nervión, un ámbito en esos momentos limítrofe entre el suelo urbano de la ciudad y su entorno rural.

Más adelante el grupo se trasladó, primero, a la barriada de Pedro Salvador, en la periferia sur de la ciudad, y en la que tuvo lugar una polémica exposición del pintor Paco Molina, y, después, a la calle Santo Domingo de la Calzada. En ambos casos se trataba de suelos ocupados por cuadras y construcciones en precario, escogidas intencionadamente como lugares idóneos para un proyecto que en aquellos momentos representaba una alternativa radical a la cultura oficial de la ciudad. Fue en este último lugar donde el grupo empezó a desarrollar su labor teatral a partir de las representaciones conocidas como 'Los títeres de cachiporra', una iniciativa en la que participó activamente el filólogo Agustín García Calvo.

Por fin, el grupo recaló en su actual sede de La Carbonería. El local, que hasta pocos años antes se dedicaba a la venta al por menor de carbón, llevaba ya algunos años abandonado. Como ocurría con los emplazamientos anteriores, volvió a escogerse un espacio en precario localizado en un barrio, en este caso más céntrico, pero igualmente degradado e infradotado.

La instalación de La Cuadra en el nuevo edificio implicó, en este sentido, una inflexión en la degradación del barrio. La recuperación de la antigua carbonería vino a suponer el inicio de la recuperación de un entorno que durante muchos años solo había conocido la ruina de sus construcciones y la salida masiva de sus vecinos. Así vino a reconocerlo la prensa de la época que recibió la iniciativa como un ejemplo a imitar para el resto de los barrios del casco histórico. La vida nocturna que La Carbonería dio a la zona y la presencia en ella de público juvenil y universitario, junto a numerosos extranjeros, normalmente vinculados a actividades docentes y culturales, terminaron por promocionar al barrio, junto al propio local. La curiosidad que levantaba el establecimiento por su singularidad ha permitido que la actividad aparezca hoy reseñada en numerosas guías, que lo han convertido en un atractivo esencial para muchos visitantes de fuera de la ciudad.

A partir de ese momento, La Carbonería se convierte paulatinamente en una protagonista destacada del renacer social y cultural que experimenta Sevilla en los años de la transición. Concebida como un centro abierto, en ella han tenido lugar eventos muy diversos que han enriquecido y revitalizando la cultura sevillana. La Carbonería no es, en este sentido, sólo un lugar de ocio, sino también un espacio singular que ha hecho posible el surgimiento de valores asociativos, creativos y artísticos.

Desde un principio numerosos artistas y aspirantes a ello encontraron un lugar para mostrar sus creaciones en un ambiente de libertad no posible fuera del propio ámbito, por las condiciones propias de aquel momento histórico. Así, pintores, escritores, escultores, músicos, artistas flamencos, etcétera, dispusieron de un lugar común de encuentro y participación, donde la presencia de otros nombres consagrados daba consistencia a las propuestas realizadas. Entre las actividades de La Carbonería debe destacarse la promoción del flamenco y de sus gentes lejos del ámbito del tablao usual, como una forma de acercamiento al conocimiento y disfrute de esta manifestación artística.

Por último, también hay que recordar como la actividad presente en el local ha logrado preservar una construcción valiosa, que previsiblemente hubiese sido alterada irreversiblemente con otro supuesto uso. Debe valorarse, por ello, la identificación que se ha llegado a alcanzar entre el contenido, que representa una actividad como la desarrollada en los últimos cuarenta años, y el continente, que aporta el propio edificio con todos sus antecedentes históricos. La desvinculación de ambos factores puede provocar una degradación tanto de la actividad cultural, como la del propio inmueble en la que esta ha sido posible.

REDACCIÓN / PASIÓN POR MVNDA

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