26.9.16

El gran tesoro oculto de los grandes vinos tradicionales de Montilla-Moriles en El Mundo Vino


Hace unos días, el pasado viernes 16 y en la boda del hijo de unos amigos, algunos de los amigos invitados que compartíamos mesa me preguntaron sobre qué vinos me habían gustado más últimamente, y cómo la respuesta no era lo que iban buscando les comenté: "Mañana tengo una cata excepcional en la que voy a catar algunos de los mejores vinos españoles". Me dijeron: "¿De Rioja o de Ribera?". Y les contesté: "No son tintos, porque son vinos clásicos de Montilla-Moriles". Se miraron como diciendo que "Paco, como sabe un poco más de vinos que nosotros, nos está vacilando".


Con motivo de la cata de vinos de esta denominación cordobesa, me pareció oportuno hacer algunos comentarios a la luz de los espectaculares resultados de la cata. No pretendo hacer una radiografía de la zona, empeño para mí impensable, porque no la conozco con la suficiente profundidad, sino simplemente suscitar la reflexión al lector sobre la injusta situación de olvido por el sector consumidor que viven algunos de nuestros vinos más emblemáticos. Por eso, el título del artículo no es gratuito, sino absoluta y lamentablemente cierto.

Breve reseña

Una denominación de origen que ya fue reconocida en el año 1932 por el primigenio Estatuto de la Viña y el Vino, pero de la que todavía casi nada, en positivo, se conoce. Y si nos remontamos a tiempos más pretéritos, ya Richard Ford en su obra 'Comidas y Vinos de España' dice lo siguiente: "El proceso químico de la naturaleza escapa a la investigación humana, y en ninguno más que en la elaboración de ese 'lusus naturae vel Bacchi', esa variedad de aroma que se conoce como amontillado. Nombre que se le da por la semejanza que este vino tiene con el que se hace en Montilla, pueblo cercano a Córdoba, con la particularidad de que este último punto apenas es conocido en Inglaterra y muy poco en España".

Estamos hablando de la década de los treinta del siglo XIX, pero en estos 180 años poco parece que hayamos aprendido los españolitos consumidores de vino que seguimos en la inopia y moviéndonos según nos llevan los vientos de la moda. Por cierto, aprovecho para decir que presté a algún amigo el librito y todavía no me lo ha devuelto.

Pero el problema es mayor aún y de tal calado que ni en la zona son conscientes de lo que tienen, ya que algunas de estas bodegas cordobesas siguen sin saber que están entre las mejores del mundo. Pocas bodegas del mundo, Francia incluida obviamente, pueden presumir de tener cinco o seis, o más vinos, de categoría mundial.

Haciendo estos comentarios a amigos cordobeses de fuera del ámbito del vino, me dicen que no se sorprenden, porque parece ser que en esta zona son 'antipatrioteros', que no valoran lo que tienen y que muchas de sus notables personalidades artísticas alcanzan allí el éxito cuando ya han sido reconocidos internacionalmente.

Pero dejando a un lado estas cuestiones socioculturales, vayamos a lo que realmente nos interesa, que son los vinos tradicionales de esta zona. Sin vincular a Columela, los vinos de Montilla eran ya conocidos desde la dominación de los romanos. Puede afirmarse, como sugiere José Ponferrada, que Séneca abastecía su casa romana, entre otros, con vinos procedentes de sus viñedos de Montilla. Pero cuando adquieren cierta notoriedad es en el siglo XVIII, gracias a un hábil bodeguero montillano, el Conde de la Cortina, que consiguió introducir sus vinos en numerosas tabernas de Cádiz. Ya en este siglo, en 1729, existía Alvear, la bodega más antigua de Andalucía y una de las más antiguas de España.


Según mi amigo Juancho Asenjo, el vino en Montilla envejecía en botas de roble, como en Jerez, y no se utilizaba el sistema de criaderas y soleras que en aquellas épocas era minoritario en la zona jerezana. El Conde de la Cortina comprobó como algunas botas evolucionaban de forma diferente con una oxidación desde fino que gustaba a los clientes. A partir de este momento, se estableció el sistema jerezano de criaderas y soleras. Los bodegueros jerezanos probaron este vino en las tabernas gaditanas y les gustó e hicieron un vino al estilo de Montilla y de ahí el origen de la palabra amontillado.

Willy Pérez y Ramiro Ibáñez comentan que "el desarrollo tardío de los finos en Jerez, hasta el período 1830-1840, provocó que se ofrecieran tanto manzanillas de Sanlúcar como 'montillas' de Córdoba en las listas de precios junto con los diferentes vinos jerezanos. La envergadura de Jerez le permitió reproducir los estilos biológicos sanluqueños en los finos, y montillanos en sus amontillados en un futuro cercano, presentando paulatinamente las manzanillas y los amontillados cordobeses tan sólo como especialidades".

Continuando con Willy y Ramiro, insisten como Juancho en que su nombre parece ser que surge como tipo de vino de Jerez, y de otras zonas, similar a los de Montilla y que debía de gozar de buena fama y aceptación por el mercado. De este modo, las bodegas jerezanas favorecieron la difusión de este tipo de vino por el mundo.

Y siguiendo otra vez con Juancho, que cita a André Jullien, y cuenta que en su 'Topographie de tous les vignobles connus' (1866) nos habla de todos los vinos conocidos en el mundo en esos tiempos. Entre los blancos considera de primera categoría los amontillados de Jerez y los vinos de Montilla. Los vinos secos de Jerez, la mayoría, son de segunda categoría y las manzanillas de Sanlúcar de tercera.

También son de primera categoría los dulces de Pedro Ximénez de Jerez. Los dulces de Pedro Ximénez de Montilla no existen. No son conocidos. Los dulces jerezanos alcanzan unos precios cercanos a los de los 'premiers crus' bordeleses, como los malagueños. Las viñas de Pedro Ximénez, en Jerez, estaban plantadas en los pagos de interior de Jerez: Macharnudo y Carrascal, donde podían alcanzar el 40% del viñedo. Era una época en la que todavía no mandaban los finos en el mercado y parece ser que no se necesitaba tanto la uva palomino.

Cuatro cosas sobre Montilla-Moriles

El marco de producción de la denominación de origen se extiende en la Campiña Sur cordobesa en un área limitada al este por el río Genil, al oeste por el río Guadajoz, al norte por el Guadalquivir y al sur por las Sierras de la Subbética. Dentro de la zona de producción, se distinguen los suelos ricos en carbonato cálcico de los alberos -albarizas- por la subzona de calidad superior, formada por terrenos delimitados y seleccionados de la Sierra de Montilla y de los Moriles Altos.

Las localidades que forman parte de la zona de producción de la Denominación de Origen son Montilla, Moriles, Doña Mencía, Montalbán, Monturque, Nueva Carteya y Puente Genil, en su totalidad, y en parte los de Aguilar de la Frontera, Baena, Cabra, Castro del Río, Espejo, Fernán-Núñez, La Rambla, Lucena, Montemayor y Santaella. La zona de crianza se completa con el núcleo urbano de Córdoba que antaño interesaba que estuviera incluida por su buena localización en las redes de comunicación.


El menguante viñedo ‒en 2006 alcanzaba las 7.733 hectáreas y en la década de los 70 llegó a las 20.000‒, supone en 2014 algo menos de 5.200, de las cuales más del 75% lo acapara Montilla, y los dos municipios que le dan nombre a la denominación acaparan más del 80% de la subzona de calidad superior.

Montilla-Moriles tiene el mismo problema que Jerez, a la que salva, pero también lastra, su mayor empuje exportador. En ambos casos, las bodegas tienen que hacer caja, además de con marcas blancas, con vinos blancos y tintos y con bebidas espirituosas, vermuts y otros productos más rentables que los vinos tradicionales. De los vinos de tinaja prefiero no hablar porque hay de todo como en botica.

Por no repetir lo ya publicado, voy a realizar algunas reflexiones a la luz de la última cata de elmundovino celebrada el pasado sábado 17 en Lavinia. Debo decir que estando de vacaciones, me pidieron que hiciera un listado con los vinos que se iban a pedir para la cata, y cuando lo hice ya se habían pedido a cuatro bodegas. Yo había incluido más vinos y bodegas aunque, claro está, se hubieran necesitado tres catas, una dedicada exclusivamente a dulces.

En vinos viejos, una calidad altísima

La categoría internacional de sus vinos más longevos se ha puesto de manifiesto en las puntuaciones obtenidas de un duro jurado. Yo que tengo fama de cicatero, puse en este caso tres vinos con la máxima puntuación, es decir, para mí son vinos perfectos porque en estas elaboraciones, afortunadamente, la perfección existe.

Como detalle curioso, o no tanto, parece ser que esta zona, tan escasamente valorada, ha obtenido las puntuaciones medias más elevadas en la historia de elmundovino. Otra consideración que se debe tener en cuenta es el marcado protagonismo de los amontillados en este olimpo montillano de grandes vinos.


Los amontillados, los vinos más valorados

A pesar de la escasísima venta de estos vinos en nuestro país, los amontillados, modas aparte –léase palo cortado–, suelen ser los vinos más apreciados por los consumidores aficionados a los vinos tradicionales andaluces.

Los amontillados, que ya sabemos eran muy valorados en el siglo XIX, son vinos únicos -no se elaboran fuera de las zonas jerezanas y montillanas- y de una categoría descomunal. Baste señalar lo que supone su dimensión temporal que en uno de los vinos que catábamos salió el comentario -lógico en el contexto- de "este vino es jovencito", pero que tendría probablemente más de 20 años.

Y para significar más los prolongados envejecimientos, baste señalar lo que exige la normativa de Montilla-Moriles: "Amontillado: se obtiene a partir de vino fino con una crianza mínima de cinco años, seguidos de al menos tres años con crianza oxidativa, por el sistema de criaderas y solera. El grado alcohólico adquirido puede ajustarse mediante encabezado, situándolo dentro del rango permitido para este tipo de vino. En todo caso, el período de crianza oxidativa deberá tener lugar con una graduación alcohólica adquirida mínima de 16%".

Lo que quiere decir que el amontillado más básico y joven debe tener al menos ocho años, un envejecimiento bastante largo si se compara con otros reputados tipos de vinos de licor como los Rivesaltes más viejos, los Hors d'Âge, en los que se exige al menos cinco años. O con los tintos más viejos españoles, los grandes reservas, que exigen al menos 60 meses de salida al mercado desde el año siguiente al de la cosecha. No creo que haya otro vino de licor en el mundo al que se le exija tanto envejecimiento.


¿Por qué son tan viejos los amontillados? O mejor, ¿por qué hay amontillados tan viejos? La respuesta es inmediata: sencillamente porque no se venden bien. En efecto, estos torrentes de sensaciones organolépticas, y a esos precios, no se valoran y no se venden. Cuando compramos una botella de amontillado viejo, como ocurre con los otros vinos hermanos, no estamos pagando ni las mermas del vino que se evapora. Una merma de un 4-5% anual, durante 30 o más años, supone "mucho vino evaporado".

Por lo tanto, si se vendieran mejor estos vinos, no existirían amontillados tan vetustos. Ninguna bodega en su sano juicio diseñaría vinos tan envejecidos por su escasísima, en este caso negativa, rentabilidad. Continuando con los resultados de la cata, lo primero que debo decir es que no me han sorprendido. Había ya catado muchos de los vinos en el primer salón de los vinos generosos de este año del que hice una reseña en elmundovino.

Pero una mención aparte merece el amontillado 0/1 de Alvear, una bomba en boca, de esos vinos llamados extremos y que generalmente se emplean para dar la espuela a "vinos muy grandes". Es un vino extraordinario, de difícil valoración, porque está fuera de parámetros sensoriales, al que le puede definir bien la palabra inconmensurable.

No obstante, baste señalar que su hermano 'más jovencito', el Amontillado Solera Fundación, para mí ya es un vino perfecto, así como también me lo parecen el Marqués de Poley Selección 1951 y el 1955 Solera Cincuentenario. Son vinos de meditación y para presumir de Montilla–Moriles, de Andalucía y de España. También merecen destacarse la excelente relación calidad precio de los restantes amontillados Tauromaquia y Marqués de Poley Solera 1922, en ambos casos con puntuaciones elevadas.

Los otros vinos

Lo que quizás puede resultar llamativo es la altísima calidad organoléptica de los dos palos cortados, tipo de vino poco significativo en la zona, y es una lástima que no se pudiera catar Lagar Blanco, que aún siendo más joven tiene una gran calidad, lo que no es de extrañar porque Miguel Cruz es un fenómeno. Los dos vinos son diferentes, pero ambos muy concentrados y expresivos, muy longevos, muy sabrosos y con una persistencia interminable. Hay pocas botellas de ellos y por lo tanto no son baratos, pero su calidad es tan elevada que valen con creces lo que cuestan.


Se cataron también con éxito finos en rama, tipo de producto que debería ir a más -en cantidad y en marcas-, a medida que el consumidor sea más conocedor, y un fino que va para amontillado muy interesante y que todavía no ha salido al mercado. Los olorosos, menos representativos de la zona que los amontillados, también ofrecieron buen nivel, desde el estratosférico 1955 Solera Cincuentenario, muy fresco para el tipo de vino, concentrado y elegante y con gran profundidad, hasta las también buenas opciones de compra por su calidad y precio Tauromaquia y Marqués de Poley.

Para el final, un brevísimo comentario de los dos Dulces Pedro Ximénez, quizás los vinos de Montilla-Moriles más conocidos por los consumidores y en esta ocasión del mismo grupo bodeguero: Pérez Barquero. El más caro y escaso, el 1955 Solera Cincuentenario, es un vino sublime a la altura de los mejores VORS de Jerez y en la línea de sus otros tres hermanos de cata. De hecho, quedó con la misma -altísima- puntuación: 18,5. Y el Tauromaquia, lógicamente es un vino más sencillo, pero muy equilibrado y placentero.

Punto final

Para finalizar y a modo de resumen, los grandes vinos de Montilla-Moriles, a pesar de ser ignorados por la inmensa mayoría de los consumidores, han dado la talla con creces y han demostrado que se encuentran entre los mejores del mundo. Y eso que faltaban soleras fundacionales de algunas bodegas, entre ellas las de Pérez Barquero.

Solamente queda, justicia obliga, felicitar a las bodegas, y especialmente a Juan Márquez de Pérez Barquero, a Bernardo Lucena de Alvear, y a Antonio Sánchez y a sus respectivos equipos. Podrían ser enólogos de pasarela, de la jet, pero su humildad y su dedicación al trabajo hace que apenas salgan de sus bodegas. Por ese talante poco mediático y porque los vinos que elaboran no están de moda son, injustamente, poco conocidos.

PACO DEL CASTILLO / EL MUNDO VINO
22 DE SEPTIEMBRE DE 2016 / FOTOGRAFÍAS: BENJAMÍN PORTERO DUQUE

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