2.4.21

La Pontificia Hermandad del Santo Entierro en la Exaltación del Pregón de la Semana Santa de Montilla

VIERNES SANTO

PONTIFICIA HERMANDAD DEL SANTO ENTIERRO,
SOLEDAD Y ANGUSTIAS DE LA MADRE DE DIOS

Música: Ave María - Caccini - Instrumental Orchestra

Narrador: Antonio Maya Velázquez

«En un lugar cercano a donde Jesús fue crucificado había un huerto y en él un sepulcro nuevo donde sería sepultado». Por ello volvemos a San Agustín, a ese Monte Calvario donde rememoramos la crucifixión y al que ahora asistimos para su entierro.


Han sido muchas horas de sufrimiento sin poder acercarse a Él. La Virgen necesita abrazar a su Hijo y volverlo a tener en su regazo. Una intensa historia vivida en poco tiempo pasa por su mente. En su rostro están marcados cada uno de los latigazos y caídas de Jesús.

Es tanta la Angustia que siente por la muerte de su Hijo, que no entiende la voluntad del Padre, y por ello le pide fuerzas. Fuerzas para seguir, fuerzas para no desfallecer, fuerzas para entender, fuerzas para no dejar de creer.

Esta noche, los sentimientos del pueblo se dejan notar: mayores, jóvenes y pequeños, todos quieren acompañar a la Pontificia Hermandad del Santo Entierro y María Santísima de la Soledad. Una urna de caoba con suaves encajes y escoltada por pequeños y bellos angelitos lleva a nuestro Jesús hacia el sepulcro.

El toque peculiar del tambor de viruta va anunciando su presencia y hace de la calle el silencio. Tras Él, como en toda la Pasión, su Madre. La bellísima Virgen de la Soledad está abatida. Desgraciadamente, todos hemos sentido alguna vez la angustia de esta soledad, pero también, afortunadamente, hemos tenido a nuestro lado personas como San Juan, que no quiso dejarla sola y compartir ese duro momento con la esperanza de que, tras la noche, la luz volverá para todos.

Se ha puesto el sol de una tarde
tristemente soleada.
Van avanzando las sombras
en una profunda calma
y el silencio se hace dueño
de una noche plateada.

El Santo Entierro camina
por las calles y las plazas
de un pueblo que siente a Dios
en lo más hondo del alma.

Cristo va muerto en la urna
y una luna limpia y clara
se refleja en los cristales
con una tristeza amarga,
que da más pena y angustia
a la Madre que acompaña
el entierro de su Hijo,
bellamente iluminada.

Virgen de la Soledad,
qué triste, pero qué guapa
va escuchando esta copla
que un hombre del pueblo canta.

“Qué guapa vas, Madre Mía,
con tu carita llorosa,
viendo que tu Hijo moría,
las lágrimas te caían
como pétalos de rosa”.

CARMINA LEIVA REPISO, 1999 / JULIO JIMÉNEZ TRENAS, 1984
FOTOGRAFÍA: PASIÓN POR MVNDA (SÁBADO DE PASIÓN 2021)

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