27.10.14

La religiosa montillana Adela Sarabia Cabello de Alba, de 83 años, continúa en el Congo «a pie de cañón» luchando contra el ébola


Cristianos en África | Misioneros cordobeses contra el ébola

ABC Córdoba habla con tres misioneros cordobeses que se dejan la piel cada día en la franja central de África, donde el ébola les pisa los talones pero no miran atrás. Su fuerza es proporcional a su fe.

«Si llega de nuevo el ébola al corazón del Congo, aquí morimos como chinches. Apenas tenemos unas cuantas mascarillas. Eso de los trajes de protección está muy lejos. El Señor nos guarda. La primera dificultad sería diagnosticarlo». Con estas palabras, la misionera Lourdes Arjona (Rute, 1943), enfermera de profesión, habla abiertamente por teléfono con ABC Córdoba del miedo al contagio del ébola en la misión de Kabondo (República Democrática del Congo). Acaba de llegar a esta recóndita zona del norte del Congo, en la selva, desde Lumbumbashi, antes de que las lluvias corten cualquier acceso vía terrestre. Cinco días en recorrer 529 kilómetros. Esta cordobesa, vecina de Benamejí, llegó con 29 años en el año 1974 a esta misma región de África donde el médico más cercano estaba a más de 100 kilómetros. Sin carreteras, con caminos improvisados invadidos de maleza. «Ahora las cosas han cambiado mucho», reconoce esta sierva de San José, pero aún así faltan medios. «El ébola nos recuerda al sida. Cuando llegábamos a la misión, la gente joven moría. Pensábamos que era tuberculosis o cualquier infección, pero desconocíamos que era por el VIH. Con el ébola puede pasar igual», admite.


La misionera Lourdes Arjona en su misión de la República Democrática del Congo

La difícil vida de la mujer

Esta profesional sanitaria que ha ayudado a nacer a miles de niños en la maternidad de Kafakumba, Kayeye y Lubumbashi sin apenas medios, lucha por la promoción de las mujeres. «Las mujeres en el Congo viven con muchas dificultades. Los abusos en el este del Congo son arma de guerra. En el resto del país, sus vidas tampoco son fáciles. Les enseñamos a leer, a escribir, y una profesión con la que poder defenderse», comenta Lourdes, agradecida a Dios. Mientras tanto, en la misión lidian con enfermedades como la malaria, las infecciones, las anemias, la tuberculosis, el tifus o el sida, que abofetean a esta frágil población a diario, causando muchas más muertes que el ébola. Lourdes no lo duda. Estará en la misión en la que lleva más de media vida hasta que su cuerpo lo permita con ayuda de Dios. Una labor que sólo en África llevan a cabo 31 misioneros cordobeses, de los que un tercio están expuestos al ébola en la franja central de África de costa a costa. Entre ellos, sacerdotes, religiosas o seglares de los 208 cordobeses que se encuentran por los cinco continentes ayudando donde nadie llega. Junto a Lourdes, cuatro de ellos están el Congo, donde apareció por primera vez el virus y se tornó en epidemia en 2013, en un brote que también había afectado a países del este o centro de África como Uganda, Sudán y Gabón, pero que en el Congo quedó controlada.

Precisamente, en Gabón permanece otro misionero cordobés mientras que los otros tres se encuentran dispersos en Costa de Marfil y Uganda. En el caso de la República Centro Africana, se encuentra el misionero cordobés y obispo de Bangassou, Juan José Aguirre. Expuestos a esta enfermedad en los dos últimos años, han estado en el Congo cinco misioneros: la sierva de San José, Lourdes Arjona; Isabel Jiménez, una monja terciaria de la orden Capuchina de la Sagrada Familia, en Kasungami, o la religiosa montillana de la Compañía de María, Adela Sarabia Cabello de Alba, que a sus 83 años continúa en el Congo «a pie de cañón», según datos facilitados por la Delegación de Misiones del Obispado de Córdoba. A estas se unen seglares como Carmina Ortiz o el presbítero Manolo Servian, ambos del Camino Neocatecumenal. Manolo, natural de Lucena, lleva una década en Kitwe, ciudad minera de Zambia, quien recuerda que siempre se habla de las enfermedades que azotan este continente, cosa que es verdadera, pero es solo una parte de la realidad. Alcoholismo, vudú o conflictos son un gran sufrimiento que sólo se puede curar transmitiendo los valores de la familia cristiana.

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