De entre las muchas grandes figuras, que, a voleo y a mansalva, cabe escoger en el Siglo de Oro español –no en balde, los franceses, acaso más precisos, llaman al suyo Le Grand Siècle- para acoger o abanderar cualquier empresa del espíritu -más rentable a menudo, sin comparaciones inoportunas, que las de la materia-, pocas serán más atractivas, desde las perspectivas actuales, que la del manchego andaluzado San Juan de Ávila (1500-69).
Generoso hasta la extenuación de unas energías que, secreta e íntimamente, deseaba entregar al estudio y la beata contemplación, pero que derrochó en solidaridad con mil tareas e incontables personas, se nos aparece hoy como adelantado y precursor de no pocas facetas del tiempo presente. En posesión de una cultura y de un verbo escrito y hablado admirables, no hubo en la Andalucía de su época ideal y empeño que no contara con su ilusionado apoyo, singularmente, en el campo de la enseñanza superior y la vida pública. Sin duda, una de las mayores pérdidas que jalonan inmisericorde y pesarosamente la historia del envidiable patrimonio intelectual y artístico del pueblo español, radica en la desaparición de algunos de los textos –en particular, sermones- del autor del tratado Audi, filia, et vide. No obstante, como suele ocurrir con parte de los escritores más descollantes de la literatura universal, la conservación de un libro tal como El epistolario espiritual para todos los estados es suficiente para incluir a San Juan de Ávila en el catálogo más reducido de los maestros de la prosa castellana. Aparte del diálogo establecido en sus misivas con gentes tales como San Ignacio o San Juan de Dios, hay otras en que aspectos entonces tan novedosos –o, acaso, no tanto: Santa Teresa, Fray Luis...- como el feminismo, la ética de los gobernantes o la socialización de la enseñanza son entrevistos, y, a las veces, desarrollados con impar perspicacia y elevado tono. Una personalidad también singular de la reciente democracia española, cuyo perfil se agiganta con el paso del tiempo en un panorama habitado creciente, y, a lo que se ve, irrefrenablemente por mediocres y enanos. Don Joaquín Ruiz Giménez no dejaba de ponderar a sus amigos y discípulos animados por la vocación de servicio público los tesoros que hallarían en el Epistolario, de lectura obligatoria para clarificar su impulso y evitar también desengaños frustrantes en terreno muy ocasionado a ello...
Una última muestra de la plena contemporaneidad de alguien que experimentó en su carne los efectos deletéreos de la intransigencia de una sociedad muy distante del paradigma trazado por sus élites religiosas y literarias es que fuese el Papa que abriese la Iglesia al aire de la modernidad, el muy culto León XIII (1878-1903), el que lo beatificara en 1894, no mucho años más tarde de que hiciese cardenal a otro intelectual de raza, sometido igualmente durante largo tiempo al exilio interior y al tormento de la proscripción: el muy inglés H. Newman.
Premio Nacional de Historia lamenta la injusticia del PSOE e IU con San Juan de Ávila: http://t.co/NxfcYScjQD pic.twitter.com/a6L4jw2sL6
— José Manuel Lucena (@JM_Lucena) octubre 15, 2014
En la España esperpéntica de que gozamos, una figura así de admirable no ha recibido el placer de la corporación municipal de la localidad en que residiera buena parte de su fecunda existencia –y en la que se produjo, en verdad, un acontecimiento planetario: el encuentro entre Juan de Ávila y Juan de Dios...- para recibir el título de Hijo Adoptivo. Bastantes problemas tiene el cronista en el ocaso de su andadura como para escudriñar los entresijos edilicios de pueblo tan hermoso y dinámico como Montilla a fin de encontrar una razón medianamente plausible a lo que se le antoja una decisión lamentable. Sólo piensa –sin quitar legitimidad alguna a los actuales munícipes, y, menos aún, a su dinámico regidor- que si aquel inolvidable alcalde de Izquierda Unida que fuese don Antonio Carpio –merecedor de una carta particular del santo al que Roma se apresta a designar como Maestro de la Iglesia Católica-, tal vez lance tan desdichado, que coloca otra vez a Andalucía en portada de la crónica del disparate y la incuria, no hubiera tenido lugar. Interesado vivamente su primer edil en materializar iniciativa tan loable, hagamos votos para que la fortuna la favorezca en un segundo intento.
El Imparcial, 25 de junio de 2014
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