15.8.15

La Asunción de la Virgen María según San Juan de Ávila


Ante la fiesta de la Asunción de María, San Juan de Ávila invitaba a los fieles a alegrarse por el triunfo de María. Para él, ésta era la fiesta de la libertad, de la gloria cumplida y de las esperanzas realizadas.


Pero sabía Juan de Ávila que poco presta la contemplación sin la acción y el regusto sin el esfuerzo. La celebración de la Asunción de María a los cielos le sugería, pues, una sencilla exhortación adornada de una pizca de dramática poesía: «Estemos, pues, muy atentos, y no perdamos de vista a esta Señora, tan acertada en sus caminos y tan verdadera estrella y guía de los que en este peligroso mar navegamos».

El relato evangélico que hoy se proclama recoge el canto gozoso y agradecido de María (Lc 1, 39-56). Sus estrofas no miran tanto a la obra del hombre cuanto a la obra de Dios. El canto del «Magnificat», en efecto, revela, proclama, canta y agradece el estilo de Dios.

—«Ha mirado la humillación de su esclava». Más que una confesión personal es un resumen de la historia entera de la salvación. Frente a la altanería de los poderosos, con frecuencia injusta y despiadada, se alza la misericordia del Dios que apuesta por los débiles y oprimidos.

—«Me felicitarán todas las generaciones». En otros tiempos, le había sido prometido a Abraham que por él se bendecirían todos los linajes de la tierra (Gén 12,3). La antigua profecía se ha cumplido en María. Gracias a Jesús, fruto bendito de su vientre, la bendición de Dios se convierte en bienaventuranza para todos los que lo siguen.

—«Ha hecho obras grandes por mí». Lo mismo pudieron decir Sara, madre de Isaac, y Ana, la madre de Samuel. Para María, las grandes obras de Dios incluyen el ser la madre de Jesús. Pero comprenden las riquezas del Reino que por Jesús se revelan y se otorgan a los pequeños y a los humildes.

La visión del Apocalipsis coloca a la Iglesia en el centro de la bóveda celeste (Ap 12,1). La liturgia ve esa profecía a la luz que ilumina la vida de María:

• «Una mujer vestida del sol». La luz de Dios revelada en Cristo inunda a María y a la Iglesia. Purificadas e iluminadas por Él, se convierten en faro para la peregrinación de las gentes. Su esencia determina su misión imprescindible.

• «Una mujer con la luna por pedestal». La luz de María y de la Iglesia no brota de sus méritos. Como el pálido claror de la luna, su luz es reflejo de una luz que las trasciende y las lleva a vivir en humilde transparencia.

• «Una mujer coronada con doce estrellas». El signo del zodíaco se asocia a las tribus de Israel y al número apostólico para desvelar el papel de María y de la Iglesia. La naturaleza y la historia coronan la obediencia de la fe, el deseo de la esperanza y el ejercicio del amor.

Esta fiesta de María levanta nuestros ojos a lo alto. Y ofrece también a toda la humanidad un rebrillo de esperanza en medio de tantas crisis, de tanta barbarie y de tanta sangre derramada sobre la tierra.

José-Román Flecha Andrés / Diario de León
15 de agosto de 2015

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