17.9.17

Mis recuerdos de Belén


Mis principios en la devoción a Nuestra Señora de Belén fueron en casa de mis abuelos paternos, donde pasé la mayor parte de mi infancia. Recuerdo a mi abuela Carmen Pino, que siempre tenía a la Virgen de Belén en la memoria. Cuando íbamos en vendimia a la viña que tenían en el pago de la Cuesta de la Magdalena -'La Malena'-, próximo a la Ermita de Belén, estando en los días de la novena, y desde allí nos íbamos por una senda a ver a la Virgen.


El abuelo Cristóbal Gómez, en otras ocasiones, cuando veníamos en el mulo del olivar de Cansavacas, del camino de Córdoba, subía por la cuesta de Belén y llegábamos a visitar a la Virgen a la hora que fuera. Recuerdo cómo me obsequiaba con galletas la señora que cuidaba del santuario, nombrada doña Teresa Casas Delgado, en los años 30. Después, unas veces con mi padre y otras con mi madre y mi tía Carmela, hermana de mi padre, fuí muchas veces a la novena. Todo esto era siendo muy niño.

Estando posteriormente en el colegio de los Padres Salesianos, en los últimos años de mi estancia en él, mi último maestro y gran padre, don Rafael Infante de Cos, devotísimo de la Santísima Virgen, nos llevaba en procesión los últimos días del mes de mayo a hacer el mes de María a la Ermita de Belén.

Entonces conocí a otra santera y cuidadora de la ermita. Una gran mujer, una santa... Doña Rafaela Veta de Velasco. Coincidiendo con su amistad, y que en el año 1943 se hizo cargo del cuido de la ermita y del culto a la Virgen, mi parienta, doña Carmen Pino Aguilar, prima hermana de mi padre, adorné y cuidé de la imagen de la Virgen preparándola para los cultos durante muchos años, hasta poco antes de su muerte.

Siempre que vestía la imagen de la Virgen, me acompañaban una niña muy pequeña, aún de un caserío próximo, a la cual Rafaela enseñaba el catecismo y a la que ella invitaba para que mientras tanto sostuviera en brazos la imagen del Niño Jesús, y un chiquillo que casualmente andaba por allí y que muy diligentemente se informaba por Rafaela del día que se arreglaba la Virgen y estaba junto a mí, muy quietecito, dándome a la mano alfileres y ayudándome en otras cosas al efecto. El muchacho se llamaba y se llama Ricardo Carrasco Priego. La Virgen le ayude para que haga mucho por extender y propagar su devoción, y sea animado por la colaboración de todos en causa tan noble.

Recuerdo cuánto hicieron, tanto la tía Carmela con sus desvelos y sacrificios, como Rafaela, con sus trabajos y penalidades, que no fueron pocas. Pero todo lo llenaba sus buenos corazones. La Virgen las tendrá en el cielo. Durante la guerra del 36 y después, los cultos de la Virgen se organizaban solos, debido a la gran devoción que siempre, desde hace siglos, hubo en Montilla a esta advocación.

Como era tradición, la novena empezaba el día 4 de septiembre, lunes de la Feria de Belén, celebrada en los días 1, 2 y 3 anteriores. Era edificante y admirable ver cuántas personas asistían a los cultos descalzas, y algunas de ellas de rodillas o en silencio, para agradecer favores recibidos o implorar de la celestial Señora su santa protección.


Ahora se celebran los cultos días antes o después del día 4 para acoplarlos al segundo domingo del mes, en que se hace la solemne procesión. Es de recordar al señor vicario, don Luis Fernández Casado, párroco de Santiago y arcipreste de Montilla, muy devoto de la Virgen, que algún que otro día bajaba a la novena, y sin dejar de visitar su piadoso santuario, sobre todo el día 8 de septiembre, festividad de la Santísima Virgen, celebrando la Santa Misa, y habiendo delegado en aquellos años la celebración de los cultos de la Virgen en el seminarista montillano don Rafael Albornoz Gómez -luego sacerdote y párroco de Nuestra Señora de la Asunción de Málaga, donde falleció-, el cual realizaba estos cultos con gran fervor y devoción.

Al señor vicario y a Rafael Albornoz se debe que la procesión del domingo de la novena se hiciera al término de la madrugada con el rezo del Rosario, mientras era llevada la imagen de la Virgen a la Parroquia de Santiago, donde se oficiaba misa solemne, y el regreso procesional se hacía, como hoy se hace, en la tarde del mismo día.

El año en que se proclamó el Dogma de la Asunción de la Virgen, la imagen de Nuestra Señora de Belén fue llevada a la Parroquia de Santiago, y desde allí en procesión a la Iglesia de San Agustín, donde presidió un hermoso y piadoso acto mariano, trasladándola el domingo siguiente a su ermita.

Con frecuencia he ido hasta la ermita para visitar y rezar a la Virgen, visitas que extendía al próximo camposanto para rogar por los difuntos. Lo hacía lo más agradablemente posible, rezando el Rosario por el camino y orando en silencio en la ermita un buen rato, bajo la mirada amorosa de la Santísima Virgen. Y, ¿cómo no?, estando un rato en compañía, pacífica y gratamente con la santa y afable Rafaela, la de Belén, como le llamábamos.

En verano, en el patio emparrado y fresco, y en el lindo invierno, en el rinconcito de rellano de la ermita, mirando a Montilla y a sus campos, escuchando sus campanas o en los poyos de su entorno, desde donde se pueden ver la Huerta de las Minas, que fuera del padre de San Francisco Solano, a mano derecha, y a la izquierda las ruinas del Convento de San Lorenzo -Huerta de San Francisco-, donde Solano entró de fraile franciscano. Y en la parte norte se divisa, en días claros, el santo eremitorio de Nuestra Señora de Belén -las ermitas de la sierra cordobesa-, tan relacionado en la antigüedad a este santuario de Nuestra Señora de Belén de Montilla.

A lo largo de los años, he conocido muchos devotos y devotas de la Virgen de Belén, unos viven todavía, otros ya pasaron a la eternidad. El hecho de ser aquellos devotos de la Virgen nos hace pensar que estarán gozando de su vista en el cielo. Como nosotros lo pedimos, para que por su intercesión seamos protegidos en este mundo y después seamos dignos de su compañía en la gloria.

CRISTÓBAL GÓMEZ GARRIDO
'ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE BELÉN' / ENRIQUE GARRAMIOLA PRIETO (2001)

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