5.3.21

Los comedores sociales de la Diócesis de Córdoba se adaptan a la necesidad creciente

Al cumplirse un año desde el decreto del Estado de Alerta Sanitaria, los comedores sociales se mantienen con la mirada llena de futuro.
 
Los comedores sociales de la Diócesis de Córdoba se han llenado durante la pandemia de voluntad y amor. El impacto del COVID en estos lugares, donde el alimento no es solo el pan, transformó la forma de atención en la entrega de la comida, pero multiplicó voluntarios y reemplazó a quienes estaban en situación de riesgo por edad.


Al cumplirse un año desde el decreto del Estado de Alerta Sanitaria, estos centros reconstruyen el recuerdo de aquellos días del pasado con la mirada llena de futuro. Han cambiado los perfiles sociales de los usuarios, pero ha permanecido inalterable la labor de acogida y ayuda a la persona. Son testigo de ello párrocos y religiosas.

Comedor Social San Juan de Ávila de Montilla: “Es un don de Dios que no hayamos faltado ni un día”.

La hermana Manoli ha visto crecer las necesidades de las familias en Montilla desde que se decretó el estado de emergencia sanitaria por el COVID-19. Si al principio de la crisis era común atender desde el Comedor Social San Juan de Ávila de Montilla a personas solas, un año después, son familias enteras las que buscan ayuda, un apoyo que ofrecen los voluntarios sin reservas de tiempo y dedicación. Esta religiosa ha comprobado que las personas que antes acudían para recibir su alimento se han transformado, sobre todo a partir de septiembre en familias enteras dañadas por la crisis.

La transformación de la vida cotidiana a causa de la pandemia también ha impuestos cambios en el modo de atender a las personas que se acercan al comedor. Si el inicio de la pandemia aconsejó la elaboración de bocadillos para garantizar la distancia de seguridad, pronto religiosas y voluntarias se dieron cuenta que había que volver a la elaboración de platos calientes. Esa decisión ha encarecido todo el proceso, ya que las raciones individuales deben servirse en recipientes desechables que representan un gasto extra.

Esta atención ha tenido que modularse sin que nadie, con necesidad extrema, se quede en el camino. Ante el repunte de la demanda, el comedor ha tenido que medir bien sus recursos para no desatender a quien no tiene ningún otro recurso.

Reorganizados para servir

El número de personas voluntarias de cada grupo se tuvo que reducir en cuatro a causa de la pandemia. Cuando empezó el confinamiento tuvieron que apagar los fogones y cerrar el comedor. Se decidió entonces ofrecer bocadillos y fruta a los usuarios. Aun siendo digna la respuesta obligada por la crisis sanitaria, semanas después, las voluntarias dieron un paso adelante y de nuevo se pusieron a cocinar.

Ahora a las once, la comida ha de estar lista para poder envasarla. Eso impuso nuevos horarios a los que los voluntarios quisieron adaptarse e incrementó los costes de elaboración, ya que “cada semana gastamos unos cien euros en recipientes desechables, ahora no regresa nada de los que sale, ni recipientes, ni bolsas de plástico”, describe la hermana Manoli, Franciscana del Rebaño de María y responsable de Cáritas de la Parroquia de Santiago de Montilla.


La pandemia ha ido cambiando las formas de ofrecer el servicio, pero permanece intacta la vocación de ayuda y acogida de las personas. Así, “la comida caliente y los bocadillos de la noche y otros alimentos se vuelven a dar como siempre, y los fines de semana aumentamos los alimentos”. Desde marzo pasado a la fecha “hemos visto crecer muchísimo el número de personas necesitadas. Cuando entraban en el comedor eran 25 o 30. Cuando empezó el confinamiento, cada día subía el número de personas, al punto de que “no quisimos cerrar en julio y abrimos el uno de septiembre”.

A la vuelta del verano había más de 50 personas que necesitaban la ayuda del Comedor Social San Juan de Ávila. Alos pocos días, ese número ascendió a 80, momento en que las voluntarias hicieron un esfuerzo por corresponder la demanda y, al tiempo, se habló con las personas que tenían otras ayudas y podían permitir a otros sin ningún sustento alimentarse en el comedor.

Un momento, “muy duro y doloroso porque no todo el mundo reacciona igual”, aclara la hermana Manoli, consciente de la necesidad de reordenar el servicio por la fuerte demanda. En una semana, la demanda volvió a crecer hasta los setenta usuarios y en este número se ha estabilizado. El aumento ha obligado a la compra de otro congelador para atender la demanda, “porque teníamos dos y no nos llegaba”.

La pandemia ha transformado el perfil de las personas que buscaban la ayuda del comedor. Si antes de septiembre eran personas solas, en su mayoría hombres solteros o separados, la crisis ha atraído a familias enteras. A estas nuevas demandas se unen personas con adicciones que no tienen ni recursos ni entorno que los pueda ayudar. Ante tanta necesidad, la hermana Manoli concluye que es un “don de Dios que nosotros no hayamos faltado ni un día con paz y serenidad: estamos en manos de Dios”.

Cada día, de 12.00 a 12.30, en el Comedor Social San Juan de Ávila se reparte comida, se multiplican esfuerzos y se acoge a las personas con el cariño y dedicación. “Ellos están contentos, llevan su comida caliente y abundante, para que no pase necesidad”. Es la misión de voluntarios y religiosas como la hermana Manoli que ha permitido a muchos tener la esperanza de un futuro mejor.

Comedor Social de San Bartolomé: un proyecto que no acepta la indiferencia

Por el montillano Juan Laguna, párroco de San Bartolomé Apóstol y Santa María la Mayor de Baena.

Cuando vamos a cumplir el año, la pandemia no deja de arrojar víctimas. No solo los medios de comunicación nos ofrecen diariamente los datos de incidencia, de contagios, de curados, de fallecidos, sino que también nos ofrecen, como una letanía inacabable, las absolutas consecuencias colaterales por todos conocidas: empresas cerradas, trabajadores en E.R.T.E., familias en situaciones de verdadera necesidad, etcétera.


Según los datos actualizados de la E.P.A, el número de parados registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo (antiguo INEM), subió en 44.436 desempleados en febrero (+1,1%), según datos publicados este martes por el Ministerio de Trabajo, que ha atribuido este repunte del desempleo al "fuerte impacto" de la tercera ola de la pandemia y a las "severas restricciones" que se han impuesto para frenarla.

Con este aumento del paro, el quinto consecutivo, el volumen total de parados alcanzó al finalizar el segundo mes del año la cifra de 4.008.789 desempleados. No se superaban los 4 millones de parados desde abril de 2016. El problema de las cifras es que no tienen cara.

No obstante, esa cara es la que tuvieron, tienen y, desgraciadamente, tendrán que ver los voluntarios de Cáritas de las parroquias de Baena, cuando tienen que atender a tantas familias que, sin recursos presentes y posiblemente tampoco futuros, tienen que sortear, en el mejor de los casos, los momentos más complicados de esta pandemia.

Así, el Comedor Social de San Bartolomé ha sido siempre un baluarte de la caridad teniendo como principal promotor a don Manuel Cuenca López, quien lo inaugurara en 2014. Poco a poco, sobre todo en los años de bonanza, algunos quisieron abusar y se tuvieron que tomar serias medidas para evitarlo: la caridad no puede ser una excusa para la picaresca.

Así, aunque actualmente no presta un servicio directo, los elementos constitutivos del mismo han sido asumidos por un nuevo grupo de voluntarios que, procurando multiplicar lo poco que se tiene, atienden generosamente a las familias que lo necesitan. No obstante, recién abiertas las puertas de nuestras casas, tras el confinamiento, un grupo de voluntarios quisieron volver a reabrir el centro con un nuevo impulso pero intentando no caer en los mismos errores que la buena voluntad de antaño atrajo.

Es un proyecto latente que espera tiempos mejores que ya se ven en la lontananza como una luz al final del túnel, pero que ya cuenta con alguna estructura y sobre todo con una idea motriz importante, sobre todo cuando, una vez que la vacuna haga su efecto evitando la muerte física, tengamos que empezar a reconstruir la economía que, al fin y al cabo, también se está convirtiendo en una “muerte” para las familias que no tienen lo necesario para tener una vida digna.

Esperemos que el comedor de San Bartolomé, muy pronto, pueda volver a abrir sus puertas de un modo nuevo y pueda, junto al plato de comida, actual, palpable y caliente, también una esperanza para tantos y tantos que mirarán de nuevo a la Iglesia para encontrar una casa donde se les mira como personas y no como cifras que asustan, pero que, E.P.A. tras E.P.A, terminan anestesiando porque no tienen cara.

Comedor Social Virgen de Araceli de Lucena: 'Charitas Christi urget nos'

Fernando Martín Gómez, párroco de la Sagrada Familia de Lucena

Las malas noticias hacen siempre más ruido que las buenas. Parece que nos regodeamos morbosamente en lo negativo de las circunstancias. ¿Quién puede negar que la situación que vivimos es casi desesperada? Pero corremos el riesgo de desenfocar la realidad. De hecho es lo que estamos haciendo. Hoy parece no haber más preocupación por otra cosa que no sea el contagio. Un pequeñísimo virus se ha convertido no solo en protagonista, sino en un ídolo que gobierna nuestras vidas. Pues bien, para nosotros los discípulos de Jesús, que le confesamos como nuestro único Rey y Señor, también hay buenas noticias.


De hecho, el Evangelio es siempre y en toda circunstancia “Buena Noticia”. Más aún, lo es especialmente en esta hora de la historia. Un año de pandemia que para nosotros ha sido un año contagiando amor, que es el más poderoso antígeno que podemos aportar a los demás. Un amor que brota espontáneo de nuestra pobre debilidad, sino del que es nuestro auxilio, nuestra fortaleza. En nuestro Comedor Virgen de Araceli, como en otras muchas instituciones de la Iglesia, seguimos trabajando con los más desfavorecidos, y lo hacemos no solo dando un plato de comida caliente, lo cual, para muchos de nuestros hermanos, es el único recurso para pasar el día. Tratamos de dar todo nuestro cariño y comprensión.

“Solo por el amor con que lo hagas, te perdonarán los pobres el pan que les des”. Esta frase de San Vicente de Paul la tengo grabada en el alma, y la repito con frecuencia en nuestros encuentros de formación. Así es. No podemos ser indolentes. No basta dar alimento. Tenemos que darnos a nosotros mismos, aunque suponga un riesgo para el corazón y para la salud. Para el primero porque te dejas herir por el sufrimiento, a veces tan lacerante del que se acerca pidiendo pan. Para la segunda, porque es ahora cuando hay que dar la talla. Ahora no podemos echarnos atrás. Sino nuestra pastoral sería una farsa, y nuestra fe se manifestaría débil, muy débil.

Durante todo este tiempo se ha incrementado el número de personas que necesitan de nuestra ayuda, especialmente durante los tres meses del confinamiento en casa llegamos a atender a 130 personas. Hoy nos situamos en torno a las 70. No son muchas más que las que atienden otras entidades, pero no deja de ser un trabajo arduo cocinar cada día cuando cuentas con una infraestructura tan pobre. Y la “Buena Noticia” es que la providencia divina nos auxilió en el momento oportuno. Nunca nos hemos preocupado de si podríamos seguir con tan pobres medios. El Señor nos ha dado cada día el pan, los voluntarios, lo necesario para que la cocina funcione bien. Y sobre todo mucho, mucho amor.

Porque hay que hay que mirar a los ojos, hay que penetrar en el dolor ajeno con pies descalzos, hay llevar el amor de Dios. De eso se trata, de que resplandezca Cristo. No pretendo dar una conferencia espiritual. Solo digo que el dolor de nuestros hermanos pesa tanto, que si nuestros voluntarios no entrasen cada día a visitar a Jesús Sacramentado antes de entrar al comedor, para afrontar el reto, sería difícil mantener la sonrisa, preguntar de corazón “¿cómo has pasado la noche?”, hacerse cargo de su sufrimiento.

El Comedor subsiste con las aportaciones de muchas personas e instituciones que colaboran con su granito de arena. A veces las donaciones nos sobrecogen, porque son tan generosas, que cuando estábamos al límite de nuestros recursos, llegó providencialmente un donativo económico o en especies que nos sacó del apuro. Incluso los niños han participado ejemplarmente en la obra. Estas son “buenas noticias”: hay que contarlas.

La ciudad de Lucena tiene sus ojos puestos en el comedor de Cáritas y no faltan “ángeles” que se preocupen de que no les falte a los más pobres esta ayuda tan necesaria. Doy gracias a Dios porque nos da la oportunidad de servir. Aún tenemos mucho que hacer. Siempre lo digo: “ojalá no existiera el comedor”. Sería señal de que no hay personas en situación de exclusión. Pero mientras las haya, queremos estar al pie del cañón. Y estas... son buenas noticias.

REPORTAJE: DIÓCESIS DE CÓRDOBA

No hay comentarios :