4.4.21

La Hermandad del Santísimo Cristo Resucitado en la Exaltación del Pregón de la Semana Santa de Montilla

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

HERMANDAD DEL SANTÍSIMO CRISTO RESUCITADO
Y NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ

Música: Marcha 'Una Luz en el Camino',
interpretada por la Banda de Música Pascual Marquina de Montilla

Narradora: María Auxiliadora Reyes Ruiz

Queda el último acto, la apoteosis que revierte el drama de milagroso modo en poema dramático de afortunado epílogo, alba la noche. Pasada la tortura, vencido el gran silencio de la muerte profundo, se removió la piedra del sepulcro y una luz cegadora derribó a los guardias, las sombras del dolor, el baluarte último de la perdida Jerusalén.


Consecuentes con ello, nuestro recuerdo escénico no puede concluirse sino con las campanas convertidas en pájaros, lenguas de gloria sueltas, el paso de ese cuerpo resurrecto y triunfante, vencedor absoluto en la endrina tiniebla por su ciudad salvada, y el corazón feliz del pueblo en derredor.

Cristo murió para resucitar y resucitó para resucitarnos. He aquí las palabras con que concluye el tiempo de su pasión y muerte, de su tránsito amargo con la cruz a la espalda de los pecados todos. Aleluya final. Resurrección eterna. Misterio de la vida y de la gracia, única, última explicación de esta semana que comienza ahora y he venido a cantaros con los labios alegres.

La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestra vida. Por consiguiente, es la fuente de nuestra alegría. Reincido en lo dicho. Y la verdad es que los cristianos, como afirmaba Nietzsche, «no nos distinguimos precisamente por nuestra alegría. La mayor parte está más dispuesta a afligirse con Cristo que a regocijarse con Él». Quitemos la razón a sus palabras. Entendamos el misterio pascual debidamente. Lleguemos a decir con Paul Claudel: «En el umbral de la muerte hay una alegría inexplicable en mí».

O con Ambrosio de Lombez, que aseguraba: «Si estás alegre, tu espíritu estará más firme, tu mente más lúcida, tu imaginación más viva, tu alma más serena, tu salud más sólida, tu piedad más tierna, tu virtud más pronta para el sacrificio». O como el apóstol, que a su vez nos exhorta a la alegría cuando dice: «Alegraos siempre en el Señor. De nuevo os digo: alegraos».

Comprendamos por fin que la muerte y la resurrección de Cristo no pueden separarse. Constituyen un acontecimiento doble y único, no pueden provocar por tanto sentimientos dispares: son las dos caras de un mismo misterio. No es una muerte seguida de una resurrección: es una resurrección que surge de la muerte, es la vida que brota de la cruz. El mensaje propio de estos días es que de la tumba surge un ser vivo, de nuestra tumba del pecado la realidad de la divina vida.

Resurrección de Cristo mientras cae el telón. Resurrección de todos. Queda la sala (la ciudad) con signos de lo vivido en sus rincones, cuajada reverencia de las gotas de cera en las aceras, colgaduras de fiesta en las ventanas. Se guarda vestimentas, utillajes, devocionarios. Se reincorpora el público, pueblo también autor, al cotidiano empeño de vivir, y queda el recuerdo vivido del recuerdo querido. Semana Santa de Montilla.

Recordar que fuimos amados hasta el extremo de aquel dramático suceso que arrancó nuestra vida de la muerte. Recibamos mañana con todas estas palmas de nuestras almas salvas al Rey de Salvación. Vivamos el recuerdo nuevamente y dichosos. Yo pregono el triunfo de la fe de este pueblo.

Para vencerla tuvo que abrazarla primero,
acostarse con ella sobre todo el dolor
de aquel largo suplicio y aquel duro madero.
Entregarle su vida y entregarle su amor.

Para vencerla tuvo que volverse cordero,
a los dientes del lobo acercar su candor,
que devorará el lobo su corazón entero
para que el lobo fuera primero el vencedor.

Volveré con vosotros del reino de las nieblas
cuando pasen tres días. Y cumplió su palabra.
Sólo Dios la cumpliera. Sólo Dios es tan fuerte.

Desharé para siempre las oscuras tinieblas
y diré que las puertas de mis cielos se abran
dando paso a la vida que nació de la muerte.

MANUEL DE CÉSAR MÁRQUEZ, 1981
FOTOGRAFÍA: BENJAMÍN P.D.

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