12.5.17

13 de mayo, primer centenario de la aparición de Nuestra Señora de Fátima


“El 13 de mayo la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iria. Ave, ave María”, cantamos en Fátima o en torno a su imagen en tantas ocasiones. Sucedió en el año 1917, en plena guerra mundial. María se presentó a tres niños pastores como Señora de la Paz, pidiendo a los niños que se unieran a su oración para alcanzar la paz del mundo y la conversión de los pecadores. Los pastorcitos se unieron a la oración con el rezo del Santo Rosario y con sacrificios que ofrecían por estas intenciones que les había propuesto la Señora. Un año antes, el ángel de Portugal, fue preparándolos mediante actos de adoración y veneración de la eucaristía.


Fueron incomprendidos, sufrieron persecución, pero ellos se mantuvieron firmes apoyados por la Señora, que venía a consolarlos el 13 de cada mes: de mayo a octubre. En octubre, hubo una señal grande en el cielo, el milagro del sol, ante una muchedumbre inmensa. La Virgen les prometió que pronto se los llevaría al cielo. Los dos pequeños murieron enseguida: Francisco, antes de cumplir los 11 años, dos años después de las apariciones, se fue al cielo el 4 de abril de 1919. Y su hermana Jacinta, dos años más pequeña que Francisco, se fue al cielo antes de cumplir los 10 años, el 20 de febrero de 1920. Quedó Lucía, la mayor de los tres, para contarle al mundo los “secretos” que la Señora les confió. Consagrada al Inmaculado Corazón de María en la clausura monástica, murió el 13 de febrero de 2005 con casi 98 años.

El Papa Juan Pablo II beatificó a Francisco y Jacinta el 13 de mayo de 2000, en Fátima. Ahora, el Papa Francisco los proclamará santos, también en Fátima, el 13 de mayo de 2017, en el centenario de las apariciones. Acerca de Lucía, el proceso de canonización sigue su curso.

“Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas”, declaraba el Vaticano en el año 2000. Con estas apariciones, María ha acompañado a la Iglesia a lo largo de todo el siglo XX: el siglo de los mártires. Y la Virgen de Fátima tendió su mano protectora sobre el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981, librándolo de la muerte en el atentado contra su persona en la plaza de San Pedro, en el Vaticano. En 1989, caía el muro de Berlín, construido en 1961, el telón de acero, el muro de la vergüenza. La Virgen de Fátima y Juan Pablo II han tenido mucho que ver en la caída de ese muro, que ha sido precedida de muchos sufrimientos y acompañada por muchos rosarios.

Hoy, la Virgen de Fátima continúa transmitiéndonos su mensaje: oración y penitencia. Por los pecadores, por la paz del mundo, por todos aquellos que son perseguidos por causa de su fe para que sean sostenidos en su combate. Hoy sigue siendo actual el mensaje de Fátima, porque María continúa acompañando al Pueblo de Dios peregrinante en esta hora crucial de la historia y continúa abriendo caminos de esperanza allí donde parece que todo horizonte se cierra. María es nuestra esperanza, porque es Madre de misericordia, y todo aquel que experimenta esa maternidad de María, se siente seguro y se siente salvado.

El acontecimiento de Fátima llama poderosamente la atención por su sencillez, propia del estilo de Dios, y no de los hombres. En un lugar lejano al escenario de los acontecimientos principales del momento, a unos niños inocentes e ignorantes de tantas cosas que sucedían en su época, Dios se comunica a través de su Madre Santísima para transmitir al mundo un mensaje de esperanza. Dios elige lo pequeño, lo que no cuenta para confundir a los poderosos de este mundo. El acontecimiento de Fátima nos descubre, una vez más, que es la oración y la intercesión la que puede cambiar el mundo, acompañada del sacrificio voluntario realizado por amor y unido a la cruz redentora de Cristo, que ha salvado al mundo.

Nuestra Diócesis de Córdoba ha recibido la visita de la imagen de la Virgen de Fátima en todas las parroquias para celebrar el centenario, y es asombroso constatar cómo un medio tan sencillo suscita tanta devoción, tantas conversiones, tanto acercamiento a Dios. Ella, María, nos dice claramente que sigamos confiando en su Inmaculado Corazón, donde Lucía ha encontrado consuelo durante toda su vida. “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”, les dijo a los niños pastores. Virgen del Rosario de Fátima, ruega por nosotros.

DEMETRIO FERNÁNDEZ, OBISPO DE CÓRDOBA
IMAGEN: ÁNGEL GÓMEZ HIDALGO

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