18.3.18

Las Madres Concepcionistas del Monasterio de Santa Ana reflexionan en el quinto domingo de Cuaresma


Las Madres Concepcionistas Franciscanas de la Orden de la Inmaculada de María del Convento de Santa Ana de Montilla, y en concreto Sor Margarita, reflexionan, con un comentario al Evangelio, en este quinto domingo de Cuaresma.

Ha llegado la hora

En el Evangelio de hoy, Juan nos describe la agonía y la pasión de Jesús, pero con la luz pascual anticipada. "Ha llegado la hora": la hora de ser entregado y de entregarse; la hora de las tinieblas y de la gloria, del dolor y del amor, de la frustración y de la fecundidad, de la muerte y de la vida; la hora de que el Hijo sea elevado; la hora del paso definitivo.


No es extraño que Jesús sienta angustia y grita a su Padre: "Padre, líbrame de esta hora; pase de mí este cáliz". Es la súplica desgarrada, una lucha por superar todo cuanto antes. Es un momento de turbación, es la hora y el poder de las tinieblas. Y por eso Jesús nos aconseja que "no nos sorprenda las tinieblas". La tinieblas son terribles: no se ve nada, todo parece no tener sentido. ¡Qué vacío, Dios mío, qué fracaso todo! Y entra la desesperación y a continuación entran ganas de gritar y de llorar, algo parecido a la agonía.

Pero la agonía de Jesús nos enseña mucho. Lo más importante: que no nos escandalicemos de la noche, sino reconciliarnos con ella. Si Jesús pasó por ella, todo podemos pasar. Todos podemos sentir la duda y el vacío, el miedo y la tristeza, la rebeldía y la desesperación. A todos nos está permitido llorar y gritar: "Líbrame de esta hora", no quiero este fracaso o esta enfermedad, me pesa demasiado esta convivencia o esta separación, no sé por qué tengo que cargar con esta cruz o aceptar esta muerte.

Y puede llegar un momento en que no encuentres sentido a tu vida, a tu trabajo, a tu familia. Pues llora y quéjate. Nadie te lo puede prohibir. Y no queramos racionalizar los sentimientos. Lo mejor es respetar este misterio y no escandalizarnos ni queramos tener respuesta para todo. La mejor respuesta ante el dolor es el silencio, o si acaso, compartir el dolor y las lágrimas. ¿Qué podemos decir a una persona que sabe de un cáncer o un padre y una madre que ha perdido a un hijo en un accidente o por una causa injusta? Lo hemos visto en estos días pasados: la muerte del precioso y pequeño Gabriel. Pues lo primero es llorar y gritar al cielo. Después vendrá la oración y la búsqueda de sentido, si es que se encuentra. Y al final tendrá que ser la aceptación y el ponerse en las manos de Dios, aunque sea de noche.

Sin duda, la oración es lo único que ilumina la noche y conforta en la debilidad: aunque sea seca y prolongada, aunque sólo sea con gritos, con gestos y con lágrimas. Dios siempre escucha siempre nuestra oración.

Envía su ángel que conforta y clarifica. No quita el sufrimiento, pero se hace presente y lo ilumina y lo transforma en medio de salvación. Cristo nos enseña que pongamos amor en la vida, aunque haya dolor. El dolor sin amor es vacío y destruye. Cuando actuamos por amor, todo se ilumina, incluso el dolor.

SOR MARGARITA / MONASTERIO DE SANTA ANA

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