Las Madres Concepcionistas Franciscanas de la Orden de la Inmaculada de María del Convento de Santa Ana de Montilla, y en concreto Sor Margarita, reflexionan, con un comentario al Evangelio, en este quinto domingo de Cuaresma.
Ha llegado la hora
En el Evangelio de hoy, Juan nos describe la agonía y la pasión de Jesús, pero con la luz pascual anticipada. "Ha llegado la hora": la hora de ser entregado y de entregarse; la hora de las tinieblas y de la gloria, del dolor y del amor, de la frustración y de la fecundidad, de la muerte y de la vida; la hora de que el Hijo sea elevado; la hora del paso definitivo.
No es extraño que Jesús sienta angustia y grita a su Padre: "Padre, líbrame de esta hora; pase de mí este cáliz". Es la súplica desgarrada, una lucha por superar todo cuanto antes. Es un momento de turbación, es la hora y el poder de las tinieblas. Y por eso Jesús nos aconseja que "no nos sorprenda las tinieblas". La tinieblas son terribles: no se ve nada, todo parece no tener sentido. ¡Qué vacío, Dios mío, qué fracaso todo! Y entra la desesperación y a continuación entran ganas de gritar y de llorar, algo parecido a la agonía.
Pero la agonía de Jesús nos enseña mucho. Lo más importante: que no nos escandalicemos de la noche, sino reconciliarnos con ella. Si Jesús pasó por ella, todo podemos pasar. Todos podemos sentir la duda y el vacío, el miedo y la tristeza, la rebeldía y la desesperación. A todos nos está permitido llorar y gritar: "Líbrame de esta hora", no quiero este fracaso o esta enfermedad, me pesa demasiado esta convivencia o esta separación, no sé por qué tengo que cargar con esta cruz o aceptar esta muerte.
Y puede llegar un momento en que no encuentres sentido a tu vida, a tu trabajo, a tu familia. Pues llora y quéjate. Nadie te lo puede prohibir. Y no queramos racionalizar los sentimientos. Lo mejor es respetar este misterio y no escandalizarnos ni queramos tener respuesta para todo. La mejor respuesta ante el dolor es el silencio, o si acaso, compartir el dolor y las lágrimas. ¿Qué podemos decir a una persona que sabe de un cáncer o un padre y una madre que ha perdido a un hijo en un accidente o por una causa injusta? Lo hemos visto en estos días pasados: la muerte del precioso y pequeño Gabriel. Pues lo primero es llorar y gritar al cielo. Después vendrá la oración y la búsqueda de sentido, si es que se encuentra. Y al final tendrá que ser la aceptación y el ponerse en las manos de Dios, aunque sea de noche.
Sin duda, la oración es lo único que ilumina la noche y conforta en la debilidad: aunque sea seca y prolongada, aunque sólo sea con gritos, con gestos y con lágrimas. Dios siempre escucha siempre nuestra oración.
Envía su ángel que conforta y clarifica. No quita el sufrimiento, pero se hace presente y lo ilumina y lo transforma en medio de salvación. Cristo nos enseña que pongamos amor en la vida, aunque haya dolor. El dolor sin amor es vacío y destruye. Cuando actuamos por amor, todo se ilumina, incluso el dolor.
SOR MARGARITA / MONASTERIO DE SANTA ANA
No hay comentarios :
Publicar un comentario