8.4.20

Reflexionamos en este Miércoles Santo con las Madres Concepcionistas del Monasterio de Santa Ana


Las Madres Concepcionistas Franciscanas de la Orden de la Inmaculada de María del Monasterio de Santa Ana de Montilla, y en concreto Sor Margarita, nos remiten un texto, con su correspondiente imagen, con motivo de nuestra Semana de Pasión en este Miércoles Santo, el cual reproducimos a continuación.

Miércoles Santo

Jesús cena con los suyos. Es cena de día solemne. "Uno me va a entregar". Asombro general. ¿Soy yo? ¿Quién será? El revuelo hace que nadie se entere de la verdad dicha: "Sí, eres tú". Judas sí se entera. Jesús lo ve venir todo. Algo se trama contra Él y alguien de su entorno está implicado.


Entre los más íntimos, hay traición. Como tantos hombres veraces de la historia, Jesús prevé lo que se avecina. Y no cambia de camino y no se esconde ni se echa atrás. Sabe que está en la verdad, sabe que el sentido de su vida es el que es. Ha vivido así y muere por lo que ha vivido, por lo que ha predicado, por la palabra anunciada.

No tiene nada de qué avergonzarse. La verificación de la buena nueva anunciada es que dé la vida por ella. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los suyos. Jesús se siente en las manos del Padre. Ha revelado cómo es el Padre y vive cimentado en Él. Pase lo que pase, todo lo deja en sus manos. Las manos de Dios no defraudan.

Oye, Señor...

Cuando cenaste con tus amigos, Jesús, aquella tarde de Jueves santo, estabas de fiesta y tenías dolor por dentro, porque sabías quién te iba a entregar, quién, haciéndose pasar por tu amigo, te iba a vender por unas monedas. Pero tú le amabas igual, comprendías su fragilidad interior, conocías todo lo que estaba sintiendo Judas y seguías queriéndole incondicionalmente.

Eso mismo haces con nosotros, Señor, que, aunque conoces las veces que te fallamos, las que te olvidamos, las que anteponemos a otras cosas a Tí, las que creemos que no estás, porque no te sentimos, Tú siempre nos perdonas, Tú nos estás esperando, siempre a la escucha, siempre a la espera, siempre incondicionalmente, contando con los fallos que nosotros mismos no sabemos perdonarnos. Gracias por tu amor incondicional, Señor.

Señor, te presento todas tus dificultades y miedos porque quiero caminar hoy en tu presencia, seguro en su amor. Como el niño pequeño lleno de miedos, así te grito, Señor, en estos momentos de dolor y angustia por esta epidemia que nos azota. Grito a Tí, porque estoy convencido de que Tú eres mi Padre y de que me llevas siempre de la mano.

SOR MARGARITA / MONASTERIO DE SANTA ANA

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