Cuaresma, camino hacia la Pascua
Con el Miércoles de Ceniza, el próximo día 22 de febrero, comienza la Cuaresma. La Cuaresma es tiempo de gracia, concedido por Dios a sus hijos para la conversión y para la renovación espiritual. La perspectiva de la Cuaresma es la Pascua, es decir, la celebración anual del misterio central de la fe cristiana: Jesucristo que es entregado a la muerte para el perdón de nuestros pecados como víctima de propiciación y Jesucristo resucitado de entre los muertos, venciendo la muerte y abriéndonos de par en par las puertas del cielo.
Cuarenta días de preparación, cincuenta días de celebración hasta la fiesta de Pentecostés. La vida cristiana es penitencia por nuestros desvíos, sí, pero es sobre todo fiesta porque Dios está dispuesto siempre a renovarnos y llenarnos el corazón de esperanza.
En la Pascua, Dios quiere renovar nuestra vida con la vida que viene del Resucitado y con la fuerza de su Espíritu Santo, quiere hacer de nosotros nuevas criaturas, quiere hacernos hijos dándonos su misma vida. Nos preparamos a la Pascua con el itinerario de la Cuaresma.
La Cuaresma dura 40 días, evocando los 40 días que Jesús vivió en el desierto en ayuno y oración, enfrentándose al diablo que vino a tentarle y al que venció ya desde el comienzo de su ministerio. Evoca también los 40 años que el pueblo de Dios vivió peregrino en el desierto camino de la tierra prometida, sometido a todo tipo de pruebas.
La Iglesia con el Miércoles de Ceniza nos invita a la penitencia y a la conversión. La ceniza es signo de esa actitud humilde de penitencia, porque somos pecadores e imploramos de Dios su misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero.
Las pautas de este camino catecumenal hacia la Pascua son: el ayuno, la oración y la limosna. Por el ayuno, se nos invita a privarnos de aquello que nos estorba. En el camino de la vida, se nos van acumulando muchas adherencias tóxicas y necesitamos desintoxicarnos con las lágrimas del ayuno.
Hemos caminado muchas veces dando gusto a nuestros caprichos, necesitamos austeridad de vida y actuar en contra de nuestros vicios. Hemos de privarnos no sólo de comida, sino de tantas cosas superfluas o incluso necesarias para “adelgazar” nuestro tipo, nuestra persona.
Por la oración se nos invita a estar más con Dios, a acercarnos más a Él, a cuidar esta dimensión de nuestra vida, que a veces dejamos desatendida. Nuestra vida no vale por lo que producimos, por lo que hacemos, sino más bien por lo que somos. Nuestra relación con Dios nos hace caer en la cuenta de que somos hijos, que tenemos un Padre providente, que quiere configurarnos con su Hijo único: Jesucristo.
Y esto lleva trato de amistad frecuente, abundante. La Cuaresma es tiempo de oración, para plantear nuestra vida desde Dios y ver nuestra historia y los acontecimientos que nos rodean con los ojos de Dios. Es decir, la oración alimenta la fe y la presencia continua de Dios en nuestras vidas.
La limosna es la apertura del corazón a los demás, a los hermanos de cerca y a los de lejos. Con facilidad nos blindamos en nosotros mismos y en nuestros egoísmos. La apertura a Dios por la oración y el ayuno, nos disponen para compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos. La relación con los demás nos hace crecer.
Dejarnos impactar por las pobrezas ajenas interpela nuestra riqueza, nuestros gustos y caprichos, nuestros intereses. La Cuaresma es tiempo de caridad, de solidaridad, de acercarnos a los que sufren y de compartir sus vidas y sus sufrimientos. Es tiempo de hacer limosna, de rebajar nuestra cuenta corriente, de apretarnos el cinturón. Que la Cuaresma que empieza el próximo miércoles sea un tiempo de profunda renovación de nuestra vida en todos sus aspectos. Recibid mi afecto y mi bendición,
DEMETRIO FERNÁNDEZ, OBISPO DE CÓRDOBA
CARTA SEMANAL REMITIDA POR LA DIÓCESIS
IMAGEN Y VÍDEO: DIÓCESIS DE CÓRDOBA
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