7.1.15

Recordando El Parador


Durante el verano del 82, estuve habitando recién casado y casi acabada la carrera, en El Parador, el lagar de las Bodegas Cobos durante mucho tiempo, aunque entonces ya no se usaba como tal. Desde su altozano se veía uno de los perfiles más característicos de Montilla, y al fondo, la población de Espejo, que como una luciérnaga triangular, resplandecía a lo lejos en las noches estivales.


Ahora El Parador se está convirtiendo, abandonado y solo, en una triste ruina. Ruina que tras su más que probable destrucción, acabaría también con una parte, no del paisaje personal que a fin de cuentas es sólo mío y de muchos otros, sino del imaginario y del entorno colectivo, además del patrimonio montillano, de su paisaje arquitectónico, empobreciéndolo sin justificación.

El Parador fue construido, no sabemos si sobre un edificio anterior, a mediados del siglo XIX -alrededor de 1857-, por Francisco Solano Rioboó y Mena. En 1877 ya se conocía como Parador de la Concepción en el pago nombrado Carrerón y Madroño. Ese mismo año lo hereda una religiosa del Convento de Santa Cruz de Córdoba, llamada María de la Encarnación Rioboó y Ortiz. En 1900 la monja se lo permuta a otra llamada Encarnación Trillo-Figueroa y Fernández Aramburu, que pertenecía al Real Monasterio de la Visitación de Nuestra Señora de Madrid -en el paseo de Santa Engracia de la capital-. Al tiempo, ésta se lo vende a Miguel Trillo-Figueroa y Sevilla.

A éste último se lo compra, en 1907, Carlos Ribera Oruburu, que a su vez se lo vende a Joaquín de Castillo y Donnuy, y éste a José Ruiz Castillo en 1925. En esta fecha se llamaba Lagar de San Ramón, pasándose a denominar de Santa Catalina -por la esposa del nuevo propietario, Catalina Jiménez Granados-, y ubicado en el sitio llamado de Hernán Ruiz o Parador de la Concepción. En 1946 se registra a nombre de la Sociedad Mercantil J. Cobos S.A., aunque ya era propiedad de José Cobos Ruiz -el fundador de las Bodegas Cobos-, desde algunos años atrás. Entonces se llamaba Parador de San Francisco Solano, aunque ya su uso era exclusivo de lagar y bodega. De hecho, constaba en aquellas fechas de siete naves de bodega de tinajas, cuatro de botas, tres lagaretas, una alberca y tres patios. El año 1979 pasa a formar parte de la Sociedad Montialbero, aunque una sentencia judicial en años posteriores anula dicha adscripción indebida, con la indemnización correspondiente a la familia Cobos Ruiz. También fue propiedad de las Bodegas Álvear hasta su propietario actual.

Punto crucial de los caminos que se recorrían en el siglo XIX, su nombre inicial y que se ha conservado hasta el momento -El Parador-, viene de su uso primigenio (compatibilizado con el de lagar también), al ser precisamente un parador de diligencias de viaje a Sevilla, Córdoba y Málaga. Al sur pasaba la carretera de ésta última, y al este se comunicaba directamente con nuestra ciudad a través de lo que ahora llamamos 'El Caminillo de los Coches', que lógicamente se refería a aquellos carruajes decimonónicos, y que unía Montilla con Sevilla a través de la campiña sudeste cordobesa. Tenemos así los cuatro caminos que El Parador atendía. En el año de su construcción constaba de cuadra, pajar, fábrica de pisar uva y bodega con tinajas.

No hay duda que El Parador ha sido un sitio emblemático de nuestra población que muchos montillanos han conocido, visitado y vivido, enseñoreando el horizonte visual desde diversos puntos de Montilla, con su antiguo molino de viento destacando entre sus tejados. Y un lugar muy pegado a nuestra historia. Por información oral sabemos que fue a menudo visitado por el general Queipo de Llano -de infausto recuerdo-, dada la amistad que profesaba con su propietario, José Cobos Ruiz, y donde escrutaba el frente cercano a Montilla, ya que desde allí se divisaba con claridad la batalla guerracivilista de Espejo. Además, en su antiguo cuarto de madera de la planta baja, fue usado por el general golpista para emitir algunos de sus mensajes radiofónicos incendiarios.

Resulta paradójico que se añore con tanta insistencia -y con razón-, los Arcos de la Puerta de Aguilar, cuando, por cierto, se pueden reconstruir con pocos recursos -aunque es curioso que nadie lo pida-, y se deje morir algo con más raigambre en lo montillano, imposible de sustituir, y por supuesto de volver a hacer. Será que siempre hay varas de medir distintas y el intentar comprenderlas nos perdería en la ciénaga de lo misterioso, la dejadez y quizás la apatía.

'Temas Mundanos'. Antonio Varo Baena
Nuestro Ambiente, enero de 2013

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